LA
FIESTA NACIONAL DEL TORO BRAVO - II Parte
Principios
de la Tauromaquia
El
toro tiene una rica simbología, y la tauromaquia se vincula a una fértil
cultura mediterránea antigua de ritos y juegos alrededor de su figura. Varias
religiones lo integran, el Toro Apis egipcio; Sin, el dios lunar de los
mesopotámicos, etc. Y es, en todas las culturas representación del poder. De
forma más cotidiana representa la fuerza, el vigor sexual y su identificación
con la cultura española es tan fuerte y tan extendida que sirve para
representar lo español a manera de tópico.
Será
a lo largo del siglo XVI cuando vayamos encontrando referencias desde donde
elaborar una teoría sobre la primera suerte taurina caballeresca, “El alanceamiento de los Toros”, un
espectáculo creado y universalizado dentro del panorama festivo del mundo
monárquico y aristocrático hispánico.
En
torno a los años centrales de 1.500 comenzó a escribirse, con puntualidad y
precisión, sobre la manera que usaba los hombres a caballo en matar toros con
lanza. Testimonios de ello tenemos en muchos libros de relatos nobiliarios,
además de en novedosos textos que iniciaron una fructífera literatura sobre el
toreo caballeresco consistente en dar preceptos para que toreadores y
aficionados lo practicaran y lo entendieran mejor. Ambos tipos de libros nos
son válidos para recrear el alanceamiento.
La
lanzada venía a reproducir el combate medieval frecuente entre caballeros. Si
bien, en este caso, el alanceamiento, entre un toreador a caballo, provisto de
lanza, y un astado fiero. En dicho contexto, en previsión de superar la
violencia del choque y encauzar hacia una correcta realización, nacieron esos
tratados sobre el toreo, con unas reglas, que, en opinión de algunos, no podían
ser ignoradas bajo ningún concepto por cuantos participaban en aquellos
eventos.
A
lo largo de la Edad Media pudo haberse planteado el alanceamiento con distintos
criterios dentro de una variada gama estilística, entre los que destacaría,
probablemente, la de dirigirse hacia el toro al galope. Una vez llegado el
siglo XVL, en su primera mitad, surgió un sistema fijo para su estructura que
muchos autores atribuyen, en su implantación, al caballero, Pero Ponce de León
cuando puso de moda la costumbre de alancear a los toros, de frente, a caballo
parado y con los ojos tapados, para evitar que se espantaran y huyeran.
El Arte de cabalgar y
torear a la jineta
La
bibliografía hípica española es punto menos que indominable. El ejercicio del
caballo, primor indispensable en la educación del caballero, fue atendido por
los tratadistas con prodigalidad torrencial en los siglos XV al XVIII, y a cada
moda nueva, a cada invención galana, a cada preocupación técnica respondía
inmediatamente la publicación de un libro en que tal novedad se incorporaba al
repertorio del jinete. Llámense estos libros genéricamente de jineta, si bien
la jineta es una manera determinada de cabalgar y regir el caballo; pero de tal
manera hubo de imponerse su práctica que jinetear era antonomásicamente montar
a caballo, aunque se hiciera a la brida, es decir, a la antigua española. Esta
manera de montar, con estribo corto y acción de las rodillas y talones del
jinete para resolver y manejar el caballo es la adecuada para los ejercicios de
caballería que estudian y reglamentan los tratados de jineta, y entre ellos el
ejercicio del toreo a caballo.
Fundamentalmente,
dos eran tales ejercicios: la lanzada y el rejoneo. Las demás suertes que los
tratados especifican, o son recursos y por ellos no calculadas por los
tratadistas como normales y previstas o son derivaciones más o menos ingeniosas
de las dos fundamentales mencionadas.
El
alanceo o lanzada parece la más vieja suerte caballeresca practicada con los
toros, y puede corresponder a la tradición de la monta a la brida. Para el
rejoneo es indispensable la monta a la jineta. Acaso no es el tratado más
viejo, pero es el que corresponde a una más vieja tradición, el Discurso sobre la Montería, con que
acompañó Gonzalo Argote de Molina la publicación del Libro de la Montería, que mandó escribir Alfonso XI. Se publicó tal
discurso en Sevilla el año 1582, y en él se dedican algunos capítulos al toreo,
en uno de ellos lleva por título: “De la
forma que se ha de tener en dar a los toros lanzadas”.
El
hecho de que tal empresa se consigne en un tratado de montería, al lado de la
que se hace con toros cimarrones en la India Occidental, o con bisontes y uros
en Polonia, indica claramente que la actividad taurina está para Argote dentro
de una tradición venatoria, y así a las capeas con capas, venablos y perros
llama montería de los toros en un coso. En otro lugar extremo las consecuencias
de este hecho, que aquí tan solo me importa notar como indicio de que el libro
de Argote de Molina representa la tradición más arcaica en la consideración del
arte del toreo, y por ello los considero en primer lugar, aunque los que siguen
tengan acaso fecha más vieja de escritura o publicación.
Era
Argote de Molina gozador de la fiesta taurina, que califica de:
“La
más apacible fiesta que en España se usa, tanto que sin ella ninguna se tiene
por regocijo, y con mucha razón, por la variedad de acontecimientos que en ella
hay, y el dar lanzadas al toro es calificado de gran gentileza española”
MANERAS DE ALANCEAR AL
TORO
Se
distinguen dos maneras de hacer esta suerte: “Una llaman rostro a rostro y otra dice al estribo”.
Las
diferencias entre ambas suertes las caracteriza así: “Rostro a rostro es cuando la postura del caballero hace la herida en
el toro en el lado izquierdo, por la disposición de la postura, que en tal caso
sale el toro huyendo por la parte contraria de donde le lastiman, haciendo
fuerza el caballero en el toro, desviando los pechos de la puntería que el toro
trae. Y a esta causa echa el toro por delante de su caballo, que es la suerte
más peligrosa de todas las que se pueden ofrecer, y por eso la más estimada. La
que se aguarda al estribo es solo un movimiento de la postura del caballo y del
caballero, que la venida que hace es sacar la cara del caballo de la del toro,
haciendo la herida en el lado derecho del toro; de suerte que la fuerza que el
caballero pone en la lanza, y la que el toro trae con su furia, hacen salir al
toro por el lado derecho y al caballero por el lado izquierdo, desviándose el
uno al otro, y a esta causa en menos peligrosa”.
Tras
esta distinción, hecha con conocimiento de buen aficionado, da instrucciones
sobra las condiciones del caballo, las del toro según sus hábitos y manera de
embestir, sobre la lanza y sobre la compostura del caballero.
“Dado el golpe y hecha la herida, no ha de
soltar la lanza de la mano sin tenerla hecha pedazos, aunque el toro le saque
de la silla”.