Juan Lara Guido
SAGRARIO TORRES
(1922-2006)
Sagrario Torres Calderón, nació en
Valdepeñas, provincia de Ciudad Real, el día 8 de marzo de 1922, y falleció en
Madrid el 5 de marzo de 2006. Vino al mundo en calle Seis de Junio (Calle
Ancha) número 74 y fue inscrita en el Registro Civil del Juzgado de Valdepeñas
el día 11 de marzo del mismo año de 1922. La inscripción se hace ante el Juez
Municipal Don Antonio Vasco y Molina; y el secretario del mismo Juzgado, don
Lamberto Villalón y Pinilla. Se le impuso el nombre de María del Sagrario.
Son sus padres José Torres Montiel y
Mónica Calderón Rubio. Tienen 29 y 32 años, respectivamente. Ambos nacidos en
Valdepeñas.
Sus abuelos paternos, Teodoro Torres y
Josefa Montiel, eran de Torreperogil
(Jaén). Y los abuelos maternos, Manuel Calderón y Concepción Rubio, de
Valdepeñas (C. Real).
La inscripción en el Registro Civil se
practica con la comparecencia de la abuela materna Concepción Rubio; y la
presencia de los testigos Don Francisco Rebaque Álvarez, domiciliado en la
calle de la Unión nº 31, y Doña Visitación Benito Naranjo, que vive en la Acera
del Cristo nº 2.
El abuelo paterno de Sagrario, Teodoro
Torres, trabajó en el campo, en las faenas agrícolas, particularmente en el
cultivo de los olivares. Se casó dos veces. Según revelaciones de la misma
Sagrario, que recogió testimonios varios de personas que conocieron a su
abuelo, este fue hombre admirado por su gracia e ingenio naturales.
Fue poeta. En tabladillos y lugares distintos
recitó poemas (también componía obras teatrales). Existieron además manuscritos
de poesías suyas que con el tiempo se han perdido. En las notas de “Los ojos
nunca crecen”, Sagrario recuerda a “Don Antonio Raya, de Torreperogil, muerto
en 1973 de muy avanzada edad, que todavía recordaba a su abuelo, y conservaba
versos suyos.
El padre de
Sagrario Torres trabajó de carpintero y murió muy pronto, de gangrena. El
matrimonio vivió en Valdepeñas los primeros años de Sagrario, y tuvieron en
total 3 hijos, José, dos año mayor que Sagrario y Manuel que murió de
meningitis a los tres años de edad.
Constantemente deja Sagrario pruebas de
amor y afecto entrañable que siente por sus padres. Su primer libro de versos,
“Catorce bocas me alimentan”, va dedicado a ellos:
“A ti padre
mío, que no recuerdo
Si te llame
alguna vez, si me besaste.
Gracias por
haber vertido sobre venas
Toda la poesía
de tus antepasados.
Madre adorada:
de ti heredé la espiritualidad,
Las altas
creencias que poseo.
Yo quemaré
estos versos al pie de tus cenizas”.
Sagrario queda huérfana muy niña. Por
ello, con su madre y con su hermano José se traslada a Madrid. En la capital de
España la madre de Sagrario pone una pensión. Cuando Sagrario tiene cinco años,
ingresó en un internado municipal de huérfanos, en Alcalá de Henares. Sostiene
al institución la Diputación Provincial de Madrid, y la regenta al principio
una comunidad de religiosas. Como consecuencia de distintos regímenes
políticos, la educación y la enseñanza primaria de Sagrario Torres fueron
dirigidas primero por religiosas, y por un profesorado laico después. Sagrario
confiesa que guarda por igual felices recuerdos de sus educadores. En este
internado de Alcalá de Henares se hacen pruebas de inteligencia. Son positivas;
y en consecuencia, comienza los estudios de Bachillerato, que realiza en el
Instituto. En este tiempo cuando Sagrario recibe sus primeros conocimientos
sobre literatura e historia religiosa, que quedaran patentes en parte de su
obra: el arraigo por los valores religiosos, su inquietud por los problemas de
la trascendencia y la búsqueda de la Divinidad han sido parte fundamental de
sus versos, hasta el punto de generar estudios específicos como el del
investigador Rafael Llamazares en sus cuadernos de estudios manchegos.
En Alcalá de Henares continuó sus
estudios de Bachillerato, que quedaron interrumpidos por el inicio de la Guerra
Civil en 1936 y que no volvería a
retomar. Sólo leía y estudiaba en los libros de su hermano, sobre todo poesías,
que aprendía de memoria.
Con posterioridad, ya afincada en
Madrid, Sagrario Torres comienza muy pronto a escribir poesía y prosa. En los
años 40 envía colaboraciones a periódicos y revistas, frecuentando círculos
poéticos donde inicia amistad con artistas y escritores, además de continuar
con la labor del poeta valdepeñero Juan Alcaide, de quien se considera
discípula, llevando la universalidad de la poesía a su localidad natal. He aquí
una de ellas:
“Mi Poesía”
Así es mi
poesía y mi latido.
¡Dejadme en paz
con ella! Que es mi verso
Una nota
arrancada al universo.
Un pentagrama
soy enardecido.
Tengo una
caracola en cada oído,
Y un mineral
tan blando soy, tan terso,
Que aunque me
roce el aire más perverso,
Me envuelve en
más espuma y en más nido.
Y diré siempre
¡Amor! Diré gozosa
Cuanto mi pecho
a proclamar se atreve:
Que soy un
cañamazo que rebosa.
Empapado de
sol, de lluvia y de nieve.
Diré que,
amando a Dios sobre otra cosa,
El solo decir
¡Hombre!, me conmueve.
Su quehacer lírico evoluciona en
sincronía con el desarrollo de la poesía del momento y su trayectoria poética
progresa desde la lírica bella, artística o lúdica hasta la profundización en
lo universal y humano: la consideración y significación del dolor, del amor, de
la vida, de la muerte y de Dios. Sagrario nos deja, pero su obra parece haber
resurgido, tomando un reconocimiento del que la autora no supo en vida. Prueba
de ello es el emotivo acto que la Orden Literaria “Francisco de Quevedo” en
colaboración con el Ayuntamiento de Villanueva de los Infantes, celebró en la
Casa de Cultura de la localidad, hace apenas unos meses: la llamada “Corona
Literaria” en homenaje a la poeta y su obra.
El 20 de mayo de 2005 se estrenó con
gran éxito de crítica y público, en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander,
el monólogo teatral “Sancho Recuerda… (Confidencias del famoso escudero
cervantino), con texto de Mario Crespo,
cuyo montaje incluye poemas de la escritora manchega Sagrario Torres, alusivos
al Ingenioso Hidalgo. Una muestra más de que, como escribió la autora, “su
sombra nos acompaña” en la vida literaria, artística y cultural. Sus versos hoy
están más presentes que nunca: “Contigo irá mi sombra”. “Bajo mi rostro a tu
perfil yacente que alumbra el lecho de tu alcoba oscura”.
Durante el emotivo acto en el que se
recordó a la que está considerada como una de las mejores sonetistas del siglo
XX, los miembros de la Orden Literaria recitaron los versos de “Regreso al
corazón”, título del poemario que sobre su dilatada trayectoria literaria
recopiló para la ocasión el Maestre de la Orden, Juan José Polaino.
Esta antología
realizada por el infanteño y residente en Valdepeñas y a la que da título uno
de los libros de Sagrario Torres, está compuesta por casi una veintena de
poemas pertenecientes a los distintos
libros que se publicaron a lo largo de su vida literaria, entre ellos los
siguientes: “Catorce bocas me alimentan”, Hormigón translúcido”, “Carta a
Dios”, “Esta espina dorsal estremecida”, “Los ojos nunca crecen”, “Regreso al
corazón” o “Íntima a Quijote”.
Sagrario Torres ha afirmado en
repetidas ocasiones que solo busca expresarse a sí misma, reflejar su propio
yo, sin concesiones a nada que no sea ella misma. Nunca ha intentado escribir
buscando tendencias, modas, o gustos de críticos, poetas o lectores. Siempre se
ha considerado libre, sin que nadie ni nada le hayan condicionado. Sin embargo,
la realidad objetiva es otra. Continua siendo válida la sentencia de Ortega:
“Yo soy las circunstancias”.
En el año 2005, el Gobierno de Castilla
la Mancha acordó conceder la Placa al Mérito Regional a Sagrario Torres por su
obra literaria y una vida dedicada a la investigación y la escritura, un
galardón que en su nombre recogía su hijo y que todavía pudo conocer la
escritora valdepeñera, que fallecería el 5 de marzo del 2006, a punto de
cumplir los 82 años.
“Anciana en
Recoletos”
En el pico de
un banco está sentada.
No quiere
molestar. No mira de frente.
No la turban
los ruidos ni la gente.
La tela que la
cubre está gastada.
Es blanca su
cabeza mal peinada.
Veo de su
perfil sólo un pendiente,
Y un zapato sin
brillo, indiferente
A la media tupida y descolgada.
Esta mujer de
pena y de polilla,
En silencio por
cuanto la atropella,
No ve cómo se
acercan los gorriones.
Da su espalda a
la Diosa de la Villa,
Al Palacio de
Comunicaciones,
Donde nunca
habrá carta para ella.
Libres, rebeldes y estremecidos fueron
sus versos que luchan por un mundo mejor. Poemas de La Diana (donde caerían las
bombas, parque natural de Cabañeros) está escrito sobre Anchuras. Fiel
testimonio de su compromiso con la naturaleza, los seres, las cosas, la belleza
de nuestros pueblos. Sagrario Torres estuvo allí, hasta, hasta lograr en 1996
la derogación del Real Decreto de 20 de julio de 1988, que declaraba dicha
localidad como “Zona de Interés para la Defensa (campo de tiro):
“En Anchuras,
no pudieron vencer a los Anteos,
Cosidos a la
tierra de sus mañanas y sus noches…
Nadie volvió.
Nadie ha querido desfigurar
Seis mil
hectáreas de esta tierra”.
Sagrario Torres
“La Fuerza Incontenible de la Tierra”[1]
Se quebró su tallo un seis de marzo de
la misma manera que se quiebra la flor de los frutales más tempranos. Corría el
año del Señor de 2006, y sus ojos se cerraron después de haber librado sus
batallas, a la manera quijotesca y audaz de las mujeres de la tierra. Aquí, en
esta tierra castellana y manchega de Valdepeñas, vieron la luz sus ojos la
primera vez que se asomó a la vida. Sagrario Torres Calderón tenía vehemencia
en la mirada, y era deliberadamente anárquica, y hasta altiva, con aquellos que
intentaban ignorarla. Junto a la sangre manchega de su madre, por los ríos de
su cuerpo, corría la andaluza de su padre. Y como herencia de casta y de
linaje, además del amor a la tierra, llevaba la de la trova y el verso de su
abuelo Teodoro Torres de Torreperogil, Jaén, al
que como muy bien relata en su libro de poemas autobiográfico Los ojos nunca crecen, no llegó a
conocer.
Yo conocí a Sagrario en otro tiempo,
eran tiempos de cambio y de esperanza. Creo que yo no rozaba la treintena, y
ella, era hermosa, y todavía conservaba en su mirada la tempestad y el empuje
de la mujer que se apasiona por la vida. La recuerdo majestuosamente
enfurecida, sentada con aire distante, y muy femenina, fumando un cigarrillo en
la Casa de Cultura del pueblo. Se levantó al verme, y como siempre yo con mis
eternos despistes, empecé a presentarme, a la vez que me disculpaba por mi
retraso y su espera. Me miró con cierto aire burlón y me dijo: “Niña, eres
demasiado alta para mí, no deberías haber crecido tanto, no sigas yo sé quién
eres”. Y con cierta frialdad me preguntó a donde se podía comer algo.
Desde entonces Sagrario Torres abrió su
corazón de tierra y cielo para mí.
Es difícil
hablar de quien se ha ido, cuando ya no es posible recobrar los momentos que
debí dedicarle, y aunque intento remontar en mis recuerdos, una voz interior me
dice que hice mal en no escucharla cuando en diferentes ocasiones, ella, me
dijo, que quería que yo escribiera su biografía. Estamos en una nueva
primavera, y regreso a otra, en la que ella llegó a mi casa con un libro de
poemas, que era más bien un libro de protesta. Con aire de amargura y
desencanto, me dijo que a nadie de la Mancha, le había interesado el libro. Me
duele esa indiferencia y ese abandono, pero yo sé que es un buen libro y por
eso ya está aquí.
Y puso en mis manos Poemas de la Diana, que fue editado
dentro de la Colección Álamo de Salamanca, y de la que era su director el poeta
José Ledesma Criado, que también ha muerto este año. Las palabras y las
personas son humo que se diluyen en el recuerdo para tener su puesto en el
olvido. Siempre es demasiado tarde para hacer aquello que se quedó pendiente. Y
al repasar la vida cuando se suman años, flotan esas deudas, obstinadamente en
la memoria.
Alguien puede pensar que a ¿Quién le
interesa la vida y obra de una poetisa de la Mancha? Una poetisa que no está en
demasiadas Antologías; es normal, si Sagrario Torres hubiera nacido hombre hoy
ocuparía un puesto más destacado dentro del panorama literario. Pero la
injusticia es moneda en circulación y se desliza por la vida y por la muerte
con un guión imperturbable de continuidad. A Sagrario Torres se le ha vetado
dentro de su propia tierra. Esa tierra que ella amó y cantó sin trampa y sin
ayudas. Sin lisonjas y sin prebendas. Pero aunque no figure en algunas
colecciones provinciales, y que desde luego debería ser una autora editada para
gloria de esas editoriales, su poesía está vigente y la muerte no borrará su
verso.
Ahora que ya empieza a ser polvo y amor
de ensoñación en los canales de la tierra, ahora que ha viajado, una vez más,
solitaria, hacia esa otra orilla donde Caronte le habrá ofrecido su barca, se
acordarán de ella y escribirán su nombre. Pero su verso queda y es el más firme
y leal testamento de esta mujer.
Se durmió la bella dama rezando su
oración que nos dejó en uno de sus libros…
“Tú sabes, Dios
del mundo,
Dios de toda
conciencia. Que en los ríos,
En el mar y en
los pozos.
Quise limpiar
mi corazón más que mi casa.
Sagrario se ha marchado; ya no nos
pertenece. Con ella se acabaron tanto dolor inexplicable.
“Me duele tanto
el corazón, tanto la espalda, que ya no sé ni cómo lo soporto”.
Me decía estos últimos años cuando
hablaba con ella por teléfono:
“Me duele la
falta de justicia, y a mí no me hará callar ningún juez, perderé pero no sin
dar mi batalla y clamar por lo que me pertenece”.
Peleó por la estafa de una factura
falsa. Peleó y perdió. Todos los que la queríamos le aconsejamos que no gastara
fuerzas en esa batalla. Pero a nadie escuchó. Sagrario era así rebelde y sin
sombra de miedo o cobardía. Mujer trajinadora y brava, volvía desde Madrid sus
ojos hasta los cardos bellísimos de su tierra. Ella los tenía a la entrada de
su casa. Para dar la bienvenida al visitante, y para recordarle de donde
procedía, y hacía donde acabarían sus pasos. En su libro “Poemas de la Diana”
le cantó a la tierra haciendo suya la defensa de Cabañeros. Para escribir se
fue allí, y convivió con las personas de esos pueblos. Se quedó formando parte
de la naturaleza que querían convertir en campo de tiro, y volvió a enamorarse
de la tierra. De esa fuerza natural escribió y de las sencillas gentes que la
habitaban. A su vuelta, cuando nos contaba su experiencia, esos ojos suyos, tan
diáfanos, se llenaban de luz y de lágrimas, emocionándose al recordar aquél
abril que le mostró la primavera en su exultante misterio de belleza y
transformación, y donde ella fue una parte más del paisaje y del momento. De
esa vivencia nos dejó el legado de un libro. de él son estos versos tan
premonitorios…
“Dame tu pecho,
tu calor, tu hondura.
Vuelve a mis
huesos mineral rosado.
Hazlos punzones
para tu bordado,
Carretes en tu
mimbre de costura.
Hazme raíz de
cardo en la llanura.
Cuarzo. Cristal
que rompa tu techado,
Y pueda ser
pulido y azogado
Para verme sin
ver mi sepultura.
Sagrario Torres amó desesperadamente a
la vida, y a la Mancha, en ella duerme, en ella queda, que su palabra de mujer
y de poeta sea el rumor de cada nueva primavera.
El Tema
de Dios en
la Poesía
De
Sagrario Torres[2]
Hoy he querido una vez más centrarme en
un tema netamente manchego. Voy a exponer el Tema de Dios en la poesía de
Sagrario Torres. Y para empezar, sólo unos datos muy someros de su vida y de
sus libros. Nace Sagrario Torres en Valdepeñas el día 8 de marzo de 1922. Sus
padres son valdepeñeros; sus abuelos son andaluces de la provincia de Jaén. El
abuelo paterno de Sagrario, trabajador del campo, cultivó la poesía. Recitaba
poemas en tabladillos y lugares distintos; dejó manuscritos de poesías suyas
que se han perdido.
Sagrario agradece a sus padres haber
vertido en sus venas toda la poesía de sus antepasados. También agradece a su
madre haberle transmitido la espiritualidad y las altas creencias que posee.
Sagrario queda huérfana muy niña. Con su madre se traslada a Madrid. Cuando
tiene cinco años, ingresa en un internado municipal de huérfanos. En Alcalá de
Henares. Ese internado es regentado en los primeros años por una comunidad de
religiosas. De los estudios en este internado obtiene su conocimiento de la
Historia Sagrada, su conocimiento de la Biblia; su arraigo profundo en los
valores religiosos; su inquietud ante los problemas de la transcendencia, su
búsqueda de la Divinidad. Sus inquietudes religiosas ya no se apagarán nunca. Y
explican su anhelo y su búsqueda de Dios.
Vamos a rastrear la presencia de Dios
en sus versos. La trayectoria de los mismos es un camino que va de la poesía
bella, artística, lúdica, más o menos pura, hacia la profundización de lo
universal humano: la consideración y la significación del dolor, del amor, de
la vida, de la muerte, de Dios. Se aleja pronto del cultivo de lo que se llamó
poesía pura para reflejar sombríamente aspectos más hondos y transcendentes de
la existencia. Coincide con la evolución del pensamiento y la poesía de los
años en que se desarrolla su personalidad creadora y poética. El optimismo de
las vanguardias de los años veinte, tras la gran crisis de Nueva York del año
1927, y los movimientos de signo totalitario de Rusia, Alemania e Italia, ceden
el paso a la inseguridad, al desasosiego, a la preocupación, a la angustia.
Entonces se rechaza la estética y se busca preferentemente la emoción humana.
Antonio Machado y Unamuno vuelven a un primer plano en la atención de los
poetas; y quedan en inferior estima Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez. Es decir,
la poesía se orienta en direcciones nuevas en los cuarenta y primeros
cincuenta. Va del esteticismo o poesía pura al humanismo o poesía humana. En
ello influyen libros fundamentales de poetas del 27, como Dámaso Alonso: con
“Oscura noticia” o “Hijos de la Ira” (1944) en los que revela un poeta
“decidido a la búsqueda de las raíces dramáticas de la vida y de la muerte, y a
través de ellas, el pálpito de Dios”. Otro libro decisivo de Dámaso Alonso,
“Hombre y Dios”, de 1955. El crítico y poeta, Jiménez Martos escribe a
propósito de él: “Dios se ofrece de forma más abstracta que en “Hijos de la
Ira”, pero con idéntica y cálida proximidad, que revela un curioso sentido de
relación. Dámaso Alonso convierte lo que podría ser mística en una
impresionante, mutua e integrada situación de lo humano respecto a la
divinidad.
El aporte de Dámaso Alonso a la poesía
española contemporánea tiene no poco que ver con el giro visible del sentir
religioso que apartándose de lo devocional y
aún de la ortodoxia, busca y halla un nuevo modo de manifestarla. Las
tensiones dramáticas privan sobre los deliquios: Dios asume la soledad del
hombre, y el hombre asume la soledad de Dios”. Si pensamos ahora en libros de
Sagrario Torres como “Hormigón translúcido” o “Carta a Dios”, comprobamos que
la autora no es ajena a los ambientes de tales libros. Esta idea la seguiremos
comprobando a lo largo de nuestro discurso en contacto directo con la obra
poética de Sagrario.
También ayudan a Sagrario en la
concepción y desarrollo de sus ideas de la trascendencia y en su visión de la
divinidad libros de poetas rigurosamente coetáneos suyos como Rafael Morales
con sus libros, “El corazón y la tierra”
(1945), “Los desterrados”, (1946); o José Hierro, con “Alegría” (1947); o Blas
Otero: “Ángel fieramente humano”; José Luis Hidalgo: “Los muertos”; Leopoldo de
Luis: “Huésped de un tiempo Sombrío”; Vicente Gaos: “Arcángel de mi noche”
(1944): José María Valverde: “Hombre de Dios” (1945); “La espera” (1949);
Eugenio de Nora: “Cantos al destino” (1945), “Contemplación del tiempo”(1948).
En todos estos libros el poeta se hunde en las profundidades de su ser para
cantar o gritar el desasosiego, el dolor, la angustia ante los grandes
interrogantes de la existencia: el dolor, el amor, la vida, el destino, la
muerte, Dios.
Es abundantísima la bibliografía sobre
la cultura de nuestro tiempo. Casi todos los trabajos que conozco, se refieren
a la crisis de identidad de los poetas, y a la crisis del hombre actual en su
totalidad. Perdida la seguridad de la fe; abandonada la confianza en la razón;
maltrecha y destrozada la sensibilidad del alma ante la avalancha de
trastornos, revoluciones y guerras de todo género, el hombre ya no encuentra
asideros en que sustentar su propio ser; y en consecuencia busca afanosamente
recuperar su perdida esperanza, reconquistar su identidad personal; rehacer el
auténtico vivir de hombres. El poeta se mueve también por estas mismas
angustias de la crisis. Y con mayor fuerza aún que el ideólogo o el pensador
busca su propia identidad, y quiere redefinir la identidad del hombre en
general. Los caminos para llegar a ello son varios. Unas veces se adentrará por
caminos de belleza; otras se comprometerá en una acción social o política de
vario signo; y otras, sin abandonar la contemplación de la realidad
circundante, se encerrará en la más honda interioridad para explorar la
realidad última de su ser. Es lo que ha sido bautizado con los nombres de
“poética de la belleza”, “poética del compromiso” y “poética del alma”.
Sagrario Torres en su poética y en la
realización de su obra arranca de la rehumanización de la poesía que con
antecedentes varios más o menos próximos o lejanos lleva a cabo de manera
explosiva Dámaso Alonso en su libro de 1944 “Hijos de la Ira”. A partir de este
libro, a partir de “Sombra del Paraíso”
de Vicente Aleixandre; a partir de la valiente y decidida postura de los poetas
de la Revista leonesa “Espadaña”, la poesía escapa de las mallas esteticistas;
y el poeta se preocupa fundamentalmente por el problema del hombre, por el
destino de la condición humana.
·
Ello llevará también a Sagrario Torres a la exploración del
misterio humano, a la transcendencia última, a la exploración y la búsqueda de
Dios. Y ello desde muy pronto, desde sus primeros pasos en la creación poética.
El primer libro de versos de Sagrario Torres es de 1968. “Catorce bocas me
alimentan”. Pero desde mucho antes, desde la década de los cuarenta, Sagrario escribe poemas que recoge
en tres Cuadernos de amplio formato. Los titula “Primer libro de poesías”
(1940-1950); “Segundo libro de poesía” (1951-1963);
“Tercer libro de poesías” (agosto
1964 a septiembre de 1965). Pues bien, y en estos poemarios, en que predomina
la estética, los primores formalistas, la poesía lúdica, la poesía como juego,
aparecen composiciones de sentido transcendente, de búsqueda y anclaje en el
misterio del más allá; ya se perfila una nostalgia y una búsqueda, al lado de
la ensoñación y el amor; la poesía y el arte; el dolor en la vida; la muerte;
recuerdos de infancia, ya aparece un reducido número de poemas que se refieren
a Dios. Dentro del apartado del Cuaderno, que es poesía amorosa, hay un poema
de amor a lo divino. Es el poema nº 9, “Queja
de amor”, escrito totalmente en liras. En su léxico, en sus comparaciones,
en sus metáforas, es calco del “Cántico entre el amigo y el amado” y de “La
noche oscura” de San Juan de la Cruz. Tiene una estructura muy clara:
a.
Felicidad y dicha en el amor (las cuatro liras del
comienzo).
b.
El amado se va, y todo queda en silencio, en soledad, en
noche, en oscuridad (dos liras).
c.
Se presenta ahora una búsqueda precipitada y anhelosa.
Surgen vibrantes interrogaciones: “¿Dónde
escondido mi dolor presuras?”: “¿Quién puede retener el Amado?”. Se
manifiestan las torturas de los celos (seis liras).
d.
Súplicas ardientes: “Oh,
mira, sol hermoso (seis liras).
e.
Desolación final. Parece que no logra la atracción y la
conquista del amado; y por eso en el amante sólo quedan pesares, tristezas,
penas, dolor: “más la rosas quitóme / y
de espinas y cardos doronóme”.
El poema revela ya la insatisfacción
humana y el anhelo por ascender a lo divino. En los poemas que Sagrario dedica
al misterio de la creación poética, a la inspiración, ya rondan presiones que
lanzan a la poetisa hacia regiones transcendentes y divinas, hacia el ser
supremo, hacia Dios en definitiva. El poeta se siente aprisionado en el mundo,
como en cárceles oscuras; y su supremo anhelo es traspasar muros y techos: “pero quiero / un resquicio de cielo”, grita
en el poema “Prisión, página 53. Es
por esto por lo que el canto lírico de la poetisa deviene en último término por
lo que el canto lírico de la poetisa deviene en último término en oración y en
rezo, a la búsqueda del centro primero. Es una vez más el carácter misterioso,
sagrado y divino de la poesía; el fuego que baja de lo alto, y ha de volver a
lo divino. Ambientación de tonos religiosos: “brazos de incienso”, “un órgano”, “moradas sombras / moviendo al
Nazareno”. (“Peregrino”).
Pero donde más claramente se revela el
entronque con lo divino en este “Primer
libro de poesías” de Sagrario Torres, es en unos cuatro sonetos
completamente distintos. Sus motivos o temas son hondamente humanos. El dolor,
el destino del hombre, la muerte, Dios. El soneto de la página 11 del Cuaderno
revela estos altos motivos que tienen que rematar forzosamente en la
transcendencia. Revela la composición un dolor existencial, “este dolor que mi existencia mina”. Es
algo consustancial a ella. La poetisa no sabe si le llega fatalmente o se lo
busca sin querer. Por el dolor está arraigada “a un yermo sin luz” por el que camina a oscuras. El misterio la
envuelve por todos partes. Ella, terca, pretende, no obstante, descifrar el
enigma de la existencia, “mi exigua
nada”, “el milagro de ser”. Sobrenada en un mar de confusiones y de
contradictorias perspectivas. Anhelos de inmortalidad feliz e imposibilidad de
su logro. Vibrante anhelo por liberarse de tan gran dolor. Es el gran problema:
ser o no ser; existencia feliz o existencia desgraciada; permanencia o
inmovilidad, o desaparición y muerte; lucha, entre el corazón rebosante de fe y
la pobre razón incapaz ante el enigma del último destino del hombre. El tema se
alarga en el siguiente soneto. La vida es “un
mar” inexplorado e ignoto; la vida resulta una navegación misteriosa. Pero
hay algo nuevo en relación al poema anterior. Aquí triunfa la esperanza:
“…más nace al
fin dulcísima bonanza.
Y otra vez bajo
el cielo cristalino
El rayo viene a
mí de la esperanza.
El soneto resulta bella alegoría. La
metáfora del mar para designar la vida se prolonga a lo largo de la
composición: “la vela mía y blanco faro” que
guía, “el lienzo” de la nave “se atiranta”, “nunca mi nave llega a su
destino”: “cruje la tempestad en el ancho y hondo mar de la vida”; al fin nace
“dulcísima bonanza”. El dolor entrañado en el ser del hombre al fin conduce
a este a la muerte. Ese dolor que mina la existencia humana, lo provocan
fundamentalmente las íntimas e ineludibles contradicciones de ese ser. Estas
contradicciones que provocan la muerte, adquieren poderoso relieve en el soneto
“A un cadáver” (página 13). Aquí a la vista se le da un sentido
providencialista: “Rigió tu vida el
inmortal viviente”. Más así y todo las contradicciones, los conflictos
íntimos persisten. La materia, el cuerpo del hombre, es “inmundicia y lodo”, pero goza del aliento de Dios. Y ahí queda el
cadáver, descrito o evocado en tétrica imaginería quevedesca:
“…Fantasma eres
del ayer pasado,
Peregrino tu
cuerpo pasajero
Que no pasó del
término marcado”.
El alma vuela, pero el cuerpo
testimonia el juicio condenatorio. Hay un escalofriante verso final en forma
exclamativa:
“¡Y pensar que
esa misma suerte espero!”
Con él el tema se concreta y se
individualiza en la persona de la poetisa. Percibimos un hondo latido de
vitales anhelos un hondo latido de vitales anhelos, de afirmación de vida, que
Sagrario repetirá una y otra vez en sus libros posteriores más granados como “Catorce bocas me alimentan”, “Carta a Dios”
o “Esta espina dorsal estremecida”. Pienso muy especialmente en uno de
estos libros, “Carta a Dios”, al
enfrentarme con el soneto nº 14. En él vuelven a quedar reflejadas las enormes
contradicciones y antitéticas complejidades del ser del hombre: anhelo de Dios
y huída de él: afirmación vitalista de lo humano, y lamento por su posesión y
disfrute; olvido de lo humano en la elevación divina y al final, despido de
esta para hundirse en aquel; instantes de calma y brutal desasosiego; bien
querido y maldad realizada; bella ilusión dorada, y rencor lento y podrido.
Todo un cúmulo de contradicciones, intensamente vividas en estos sonetos.
Preludian, como queda dicho, la más honda poesía de los mejores libros de
Sagrario Torres, de bastantes años más tarde.
El análisis de los dos siguientes
Cuadernos Poéticos, que son la prehistoria de su poesía, nos llevan a las
mismas conclusiones. Al lado de jugueteos formales, también aparecen
preocupaciones que apuntan a lo transcendente, y que se enfrentan al misterio
del vivir, y por consiguiente, al
misterio de Dios. Cuando se cantan al amor con hondura, cuando se celebra la
Vida con mayúscula, cuando se evoca la muerte como tránsito, el poeta se
acerca, se está acercando a Dios, al Dios que regala la vida, y regala el amor.
En el conjunto de poemas de este segundo Cuaderno de Sagrario Torres hay
algunos momentos líricos que transcienden y nos acercan al más allá. Uno de
esos momentos lo constituyen la trilogía de sonetos, “La llegada del amor”. La perfección de los mismos, su hondura
humana, la densa condensación de afectos, la rica metaforización, el léxico
personal originalísimo; todo esto nos coloca en los umbrales de los grandes
libros de Sagrario Torres; al lado de la humana y transcendente poesía que crea
a partir de “Catorce bocas me alimenta”. El
poema se estructura en tres momentos: Espera, Llegada y Posesión. 1/ Espera. La
poetisa vive hondamente en su alma el amor; este es su destino, pero todavía no
halla concretización; el amor sólo es “espera”. Los tres verbos van en el modo
durativo del gerundio. Es precisamente lo que se quiere indicar, la duración,
la espera: “mirando atardeceres sin
destino”; “lentas llegando siempre las auroras”; “las estrellas, negándole sus
horas / a mi pobre linterna de camino”. El segundo terceto plasma con
enorme relieve la pena y el sentimiento por la espera. La poetisa es “una orfandad negrísima”, “en cadena
perpetua su albedrío”. En segundo lugar, la Llegada. Ya casi agonizante por
la espera, se insinúa la llegada del amor. Y explota la emoción a través de la
frase interrogativa: “¿Qué lucero acortó
tu lejanía? ¿Quién te habló de mi llanto y de mi queja?”. Son momentos de
perplejidad ante el arribo del amor: “Que
nuevo carcelero me traía / una espiga de luz
en su bandeja?”.
Toda la sed de amor va a volcarse en el
objeto amado; y ante ello se siente más hondo en contraste entre lo negro (la
tristeza de la espera) y la blancura (la alegría por la llegada). Y al fin, la
Posesión: los momentos de plenitud. El amor para, detiene la ruina y la
destrucción del ser que de él carece. En el amor se adivina también el dolor.
Hasta al mismo Dios le duele el amor, dice en el poema. “Diluvio”, “El amor es el único Dios” proclama la poetisa en el
poema “Solo”. Cuando Sagrario Torres
celebra la muerte de un amigo, asegura que la muerte no ha significado
destrucción o anulación, sino alta sublimación, adquisición de una vida más
plena, de más grande y auténtica realidad. Con ello estamos en los umbrales del
reino de Dios, del creador de la inmortalidad
y de la permanencia. Cuando canta a Juan Alcaide, tras su muerte, lo ve
en el cielo, en permanente brillo, tocando las estrellas, escalando los montes
de la gloria:
“Y no podrás
aislarte
De las alas,
del brillo,
De la luz y el
incienso
Aunque escondas
la risa
Y te metas
adentro”.
Aquí, según vemos, rondamos las
regiones del cielo, de Dios. En el cuaderno hay unos poemas de tema
bíblico-religioso. El amor divino es el tema del soneto. “Mientras canta el arroyo su dulzura”. En su concepción y desarrollo
pesa también la poesía mística de San Juan de la Cruz. El amante es Dios. Ante
él “tiemblan los astros todos”. Su
pareja es el hombre, el alma humana. A través de las veredas y los recodos del boscaje llevará un cuenco “con agua pura”. Ambos, amante y amada,
a través de los montes, se prepararán su manjar, su “rústico banquete”. Vendrá por parte del amante la visita a “la blanca rosa”, que debe a Dios su
fragancia y su hermosura. Otros
personajes cantados son el Cristo del Perdón. Moisés niño en su cunita
de mimbres por el río, Sara, Judit, Magdalena la enamorada del Señor.
El constante buceo de Sagrario Torres
en los grandes temas del amor, de la vida, de la muerte, la lleva
inevitablemente a hundirse también en los abismos, en las honduras del tema
religioso, la lleva a Dios.
Nunca el auténtico poeta, el gran
poeta, se contenta con la cáscara, con las superficiales apariencias. Tiene que
ir y va más allá. Va inevitablemente a la búsqueda de las últimas causas; a la
búsqueda de Dios.
Nos
hallamos ahora con poemas que preludian el gran libro de Sagrario, “Carta a Dios”, del año 1971. Incluso
hallamos un poema, “Pregunta fervorosa” con
alguna variante, forma parte de este libro, “No
te enojen, Señor, estas preguntas”. Es el enfrentamiento directo con la
causa primera. Tenemos las suplicante misivas a la Divinidad, donde la poetisa
abre su alma inquieta y preocupada ante el gran misterio, “Pecado y perdón” se debate entre el anhelo tremendo de Dios y el
alejamiento o huída de él. La poetisa camina en la oscuridad; es sombra; y
busca los destellos y las claridades de Dios: “Le pediré a mi sombra tu destello”. Temblorosa y aterida por las
frialdades del desamor y del pecado, espera también el “beso luminoso de Dios”¸ y su voz “acariciante” que pronuncie el perdón:
“… ¡Levántate!
¡No temas! ¡Vete!
¡Setenta veces
siete tengo que perdonarte!
Sagrario consciente de su naturaleza de
ser desvalido, desarraigado, quiere recobrar su anclaje en su primer origen;
quiere amarrar su vida a los recuerdos de su infancia marcados por el aviso de
la campana que con su tintineo constante y regular le recuerda su verdadera
identidad, su ser religado a Dios. Los ecos de esta campana del colegio
religioso no se apagarán nunca. Persisten los ecos de la campana; este viene
como el reloj de la existencia de la poetisa, continúa ligada a ella:
“…Yo quiero
todavía
Escuchar tu
compás…”
Así pues, ser religado a la divinidad;
verticalidad pura, tirad hacia arriba, hacia la primera causa revela también el
poema “Mi sepultura”. Es tajante su
conclusión: “Yo quiero vertical mi
sepultura”. El amor la moldeará: “¡Oh
amor! ¡Moldéame! Es el sueño”. Y efectivamente el moldeador ha sido Dios
mismo:
“… ¡Bendita la
Escultura!
Turgencia
modelada
Por la mano de
Dios
En el primer
empeño
Para su
criatura”.
En todo momento, en cualquier pasaje
del poema, percibimos anhelos de supervivencia: en la natural y limpia realidad
de las cosas, en los materiales que constituyen su monumento; en los demás
seres humanos. Se busca la fusión amorosa con todos los seres de la creación,
que prolonguen, que la tornen eterna, perenne, en su vida.
Así su corazón ha de seguir palpitando,
“convertido en hiedra”.
Restan en este tres poemas, “Las manos”, “Tus manos”, y “Pregunta
fervorosa”, cuyo protagonista directo es Dios. Son poemas que podrían
incluirse en “Carta a Dios”; y de
hecho, como ya se indicó antes, uno de ellos, el tercero, forma parte de este
libro, aunque con alguna variante. El poema, “Las manos” se estructura en cinco apartados. En todos, al fondo,
palpitan las manos creadoras de Dios. Estas manos crean las primeras manos
humanas; son manos que reflejan “frescos
resplandores”, o sea, los destellos del Creador. Mas ya en ellas alientan
impulsos tentadores, posibilidades de crimen. Ya tenemos el perfil de Eva y de
Caín. Y sus símbolos funestos: “manzana”,
“ensangrentada luz”, “garra trepante”. En el siguiente apartado tenemos “las manos luminosas de Dios” ofreciendo
“entre fulgor y bruma” las Tablas de
la Ley a Moisés. Después:
“…Manos de
ofrecimiento
Sobre el más
puro cáliz
Del amargor
humano del dolor”.
Son las manos del nuevo Evangelio, las
manos redentoras de Cristo que restauran y vuelven a unir “manos y manos más manos”;
“dulce absolución de todos los desvíos”. Manos abiertas ahora de los
humanos haciendo el bien en las cunas, en las tumbas, en la reflexión, en el
dolor, en el abatimiento y en llanto. Hacen falta manos “con la tibia caricia franciscana / perfumando los techos y las
puertas”. En definitiva, hacen falta manos con los “resplandores de Dios” que iluminen, embellezcan y caldeen el
mundo. Los efluvios resplandecientes de las manos de Dios continúan y se
convierten en el siguiente poema “Tus
manos” en el propio ser de la poetisa. Manos de Dios una vez más
salvadoras. La poetisa en peligro de muerte ha sentido el halago y la protección
de las manos de Dios:
“…Yo había
visto la muerte
Que quería
apresarme,
Y otra mano más
fuerte
Que se empeñó
en salvarme.
Más llegaron
tus manos poderosas
En seguro
azadón para mis rosas”.
“Pregunta
fervorosa” se
incluye en “Carta a Dios” casi en su
totalidad. Las escasas variantes no alteran fundamentalmente su contenido. El
ser humano es compendio riguroso y exacto de Dios y de al creación entera.
En 1968 se publica el primer libro de
versos de Sagrario Torres. Es titulado “Catorce bocas me alimentan”. Se inicia con él la cumbre de su producción
poética. Los Cuadernos anteriores que acabamos de recorrer, preparan la
aparición de sus grandes libros. También en “Catorce
bocas me alimentan” se perfila la sed de infinitud, la presencia activa y
constante de la naturaleza y la acción de Dios. Parece que la admiración, la
compresión, el fervor telúrico y humano de Sagrario Torres van a colmar la
amplitud de sus latidos. Pero no es así. El ámbito de su latir desborda
tierras, cielos, mares, cosas, hombres, mujeres. Y así en el libro hay otra
serie de poemas que se centran en la infinitud, en Dios. En “Mi vuelo” la vemos elevarse “de cara al viento”, y saltar al
infinito, porque siente que si en aire está, no es terrena; no puede quedar
ceñida y limitada por lo finito sino que lo transciende y lo traspasa, y en
vuelo transcendente llega a la infinitud, a alguien que cura sus ansias y sus
hambres, “su sed y su apetito”. Ese
alguien le resta y a la vez le suma. Da corporeización, concreción, a sus
sutiles y ensoñadas vivencias en versos así:
“…Tengo peso de
pétalo y de pluma,
De talco
espolvoreando en infinito.
De una nube
vaciándose en espuma”.
A pesar de su hambre y de su compresión
de todo lo humano y de todo lo terreno, la poetisa no se sacia. En consecuencia,
sufre. Y cansada de sufrir, apela a un juez que deshaga y ahuyente la
injusticia. “En el banquillo” del reo
sus anhelos más vivos la van gastando, consumiendo. Por eso en noches
ensombrecidas engasta su silueta en otro “Pecho”.
En medio de un abandono universal y
total, quemada en sus lágrimas, siente el descorrer de unas cortinas y a través
de ellas vislumbra la asomada de Dios, quien “le alarga su pañuelo”, quien le presta alivio y compasión (“Mi luz”, página 53). La poetisa está
enjaulada, encarcelada en el estrechísimo recinto de su real morada, en el
vasto mundo que a sus ansias resulta pequeño. Pero el Dios en el poema anterior es su paño de lágrimas, ahora
entroniza su pobreza y la convierte en reina de todo un mundo nuevo creado para
ella. La rica y aguda sensibilidad de la poetisa capta y saborea todo, y ese
todo hermoso torna su cuerpo en “milagro”.
De esta manera al choque y contagio
de lo divino la realidad del mundo, pálida, vaga, enana, marchita, hundida se
cambia en cristalino fulgor por causa de su sensibilidad en milagrosa conmoción
(“Desde mi cárcel”, página 54). Más
la sensibilidad acusa o refleja, tras estos éxtasis o arrebatos creadores, el
mísero destino humano: Soledad, agonía, sufrimiento, “cero en felicidad”. Si en el poema anterior “Alguien”, con mayúscula la conduce a reina de un mundo que llega a
seducirla y entusiasmarla, ahora “un blanco y misterioso guía” le revela
piadosamente la triste verdad de su vida (“El
sueño de mi destino”, página 55). El alguien del poema anterior es Dios. La
poetisa tiene una visión o un sentir muy humanos. No se trata de un Dios
inaccesible, sublimado y distante. El Dios contemplado es algo mucho más
cercano. Y resulta “garlopa” de carpintero, que cepilla y pule; pan y red que alimenta y acoge, manto y sandalias con
que cobija y acompaña; jardinero y albañil que levanta y tapiza el edificio
humano, la concreta persona que es la poetisa (“Cómo te veo, Señor”, página 69). Es el Dios cristiano que anhela
la comprensión y el amor; que quiere el corazón del hombre (“Tengo sed”, página 70). La poetisa ofrece su correspondencia a
este amor en “Procesión”. Quiere
abarcarlo entero, y quedar inundada de su luz.
Hay
en el libro siete sonetos que presentan la visión poética sobre el personaje
bíblico María Magdalena. Dios en su celeste telar trabaja el cabello del
personaje; y prueba su finura al dibujar su cabeza. El cabello permanecerá
siempre inmaculado y limpio; nadie lo enturbiará jamás. Será siempre “espuma”, “ondas reverberantes”, “plumaje en
paloma mensajera”, “alas de mariposa en pradera”, “vellón acariciado en un
relente”. Es en definitiva la atracción de Dios (“Tu cabello”). Esa
atracción provoca sus efectos. Dios quiere para sí el personaje. Este entonces
experimenta se sí fastidios, desganas, náuseas para el placer. Y su boca es “mueca para el beso”. Se realiza la “Transformación”. El cuerpo se desfunda
de su piel; es tupido y esmaltado nuevamente; renace su carne, se torna “oquedad de néctar y de aroma” donde
Dios bebe provocando suave roce de dolor y de alegría. Y luego la llamada.
Dios, “fervoroso amante” se acerca al
corazón palpitante de la amada. Esta tiembla y coge los reflejos divinos en su
enamorada entraña, que torna blanca y bermeja; “es el cielo” de un “Gólgota iniciado” (bermejo-sangre).
Imposible desasirse ya de ese sello. Estalla la emoción, y con ella, la
compresión de todas las claves (“llamamiento”).
Atenta al llamamiento, la penitente entra en un recinto nuevo, “antesala del martirio”. Su cabellera, “ola desplegada”, se torna “inmenso pétalo de un lirio”. Dios, “el cirio encendido”, espera impaciente
su llegada, amada escucha el llamamiento. Y entra en la órbita de Dios. En
consecuencia acude a ungir con el perfume de su fino afecto (“Ungimiento”,
página 77). Jesús aspira complacido las ternuras del enamorado corazón de
la pecadora. Esta aprisiona en su alma los escalofríos que asoman del costado
del Señor; no consentirá ya más que le roben el tesoro encontrado. Así la amada
es dichosa en su nuevo mundo de amor. Y lamenta minutos, horas y tiempo
perdidos. Llora y llora (“Tus lágrimas”,
página 78). Son las “lágrimas
deudoras”. Sus ojos vierten océanos, nubes regadoras, perpetua nieve derretida;
toda el agua “y el rocío de todas las
auroras”. Y aún ahora ya en el cielo sigue llorando. Es su destino, su gran
consuelo.
Dentro
de fundamentales preocupaciones sociales también en “Hormigón translúcido” palpita el ser de Dios. El poema así titulado
“Dios” es una súplica ardiente a la
Divinidad, aunque a cambio, se le ofrezcan ingratitudes, desprecios, burlas,
desengaños.
Pero
el gran muestrario del tema de Dios lo hallamos en el libro “Carta a Dios”. Al frente del mismo hay
una cita de San Agustín, de su libro “Confesiones”:
“Confesaré pues
lo que sé de mí, y confesaré también lo que no sé de mí. Porque lo que sé de
mí, lo sé porque Vos me ilumináis: y lo que no sé de mí, no lo sabré hasta
tanto que mis tinieblas sean como mediodías a la luz de vuestro rostro”.
“Carta a Dios” es también una
confesión. Sagrario Torres vuelca la totalidad de sus vivencias líricas en
misiva hacia la Divinidad. Dios centra el libro desde el principio al final.
Arranca “Carta a Dios” con un
soneto. En el percibimos el lamento de la poetisa por el abandono de Dios. Dios
es algo muy viejo, muy gastado, “ropa que
ya no satisface”, hay que
desguazarlo como barco inservible e inútil. Ante el abandono humano Dios se
queda “Pastor en soledad”. y sin
embargo, Dios está brindando constantemente al hombre agua generosa. De aquí el
ruego del reconocimiento y el saludo de Dios:
“…Cuando ya mi
ser no esté conmigo
Reconozcas mi
voz y me saludes”.
Se lamenta de su propio olvido de Dios,
lo mucho que ha sufrido sin su recuerdo. En medio de sus sufrimientos anhela
locamente vivir, y estos anhelos de vida la llevan a Dios, del que ha estado
alejada. En Dios cree ciegamente, aunque muchas veces sólo le rezó “a regañadientes” por temor al castigo o
por impuestas obligaciones. Acepta firmemente a Dios; y son base de la
aceptación de la creencia su intuición y sus sensaciones. La lucha, las
asperezas, las dificultades de la vida la curten y la llevan a Dios. Rota y
curtida, llega a un campo de “trigo y
siemprevivas” donde encuentra a Dios. Este prepara el podio a donde han de
subir los envejecidos por el largo maratón de la vida. Sagrario Torres en el
centro de su ser y también en el centro de su poetizar coloca al hombre, a lo
humano por encima de todas las cosas. “¡Bendito
el hombre!”, grita en uno de los primeros poemas de “Carta a Dios”. Y precisamente “Bendito”
el hombre por su ansia de infinitud, y porque debido a ella, “temeroso y asombrado” ha grabado el
nombre de Dios en él y ha sido cantar (“Sí
al Hombre”, página 19). Si Dios no fuera una verdadera realidad, resultaría
la más grande y la más hermosa invención del mundo. El nombre de Dios resulta
imprescindible “para poder vivir con
esperanza” (“Alguna vez dudé de ti” página 20). De esta manera Dios se convierte en la
obsesión del hombre, en la atención constante del poeta. Domina y señorea todo
su ser, su corazón, su morada, su sueño, su quehacer, y ello en todo instante,
y en cualquier lugar. Dios copa con su infinitud hombre, espacio y tiempo. Está
dentro del hombre; es su vista, su oído, su olfato, su tacto. La “deidad”, la imagen de Dios está
firmísimamente grabada en el hombre (“Me
obsesionas, Señor”, página 21). Sin embargo el hombre teme el encuentro, el
contacto con Dios. No oye su voz aunque ya lo lleva dentro. Le aturde la
inédita impresión de su mirada. En el poema “¿Cómo
será tu vida?”. Página 28) la poetisa está transida de Dios, colmada de la
presencia del ser de Dios. Conoce sus manos que la moldean, el sigilo de su
paso; hasta su forma y su postura; toda su imagen: ojos, boca, hombros, pies,
cabello. Pero anhela como en otra ocasión, su voz, su palabra; necesita la
llamada de Dios para poder vivir. Las ansias divinas del hombre son innatas.
Así lo declara infinidad de veces la poetisa. En ella está grabada la imagen de
Dios. Por eso el hombre en su ser ha heredado a Dios, lo mismo que hereda “el lunar” de la mejilla, el perfil del
cuerpo, todo su contorno humano. Dios está en sus latidos, en la vena que le
llega desde el vientre materno. Dios, gota a gota, está corriendo sobre todo él
(“Yo te he heredado a ti”. Página 31). Por
esta herencia de Dios que lleva el hombre, este queda necesariamente abocado a
lo absoluto, a Dios mismo. Dios reside en el hombre, creándolo. El hombre no es
completo más que compendiando en sí todas las cosas de la creación. Y ya
compendiadas y asumidas, todavía no termina su acción; busca lo absoluto, busca
a Dios; ancla forzosamente en Dios:
…¡Oh Señor, ya
mi ser
Palpita en tus
manos
A semejanza
tuya,
A tu creación
Llena de
esencias y de instintos.
Una vez más nos hacemos la pregunta:
¿cómo es el Dios que la poetisa nos da en sus versos? Es casi superfluo aclarar
que no hay en ellos una teología, una inquisición, una exposición de la
naturaleza de Dios. Las notas que ofrecen sobre la divinidad encajan dentro de
una visión normal y muy sencilla, muy popular, muy entrañable de Dios.
Solo es “Soberano”; Dios es “el
importante”, “el inmenso”, “el gran desparramado”. Dios es el que lo llena
todo; la vida, el hombre, las cosas, el arte, la literatura, la historia, la
filosofía… (“Cúan importante eres”).
Todo resulta maravilloso y esplendente reflejo y reverbero de Dios, los bellos
crepúsculos, “el inmenso rosiazul del
cielo”, los infinitos dibujos del mismo, la inmensa variedad del bosque, la
polifonía del arte: arquitectura, pintura… (“En
algunos crepúsculos”, página 58). Dios es también el enamorado del hombre y
el gran perdonador de sus pecados (“Cuando
escondida”, página 67). Sagrario Torres en su poesía, en “Carta a Dios” es antropocéntrica. El
centro de sus inquietudes es el hombre; es lo humano. Eleva su plegaria a Dios;
y su misiva es una constante súplica de salvación humana, de salvación de su
propio, concreto e individual ser de criatura humana; quiere perennizar,
eternizar en Dios, “cuando viva a su
lado”, su propio y más concreto ser.
Aun en Dios y aun al lado de Dios anhela “temblor
humano todavía” (“Cuando viva a tu lado”,página68). Esta afirmación y
potenciación de lo humano es constante a lo largo de “Carta a Dios”. La poetisa jamás quiere abandonar y perder su
humanidad ante la avalancha de Dios. A veces se reparte entre apresar a Dios o
dejarle. Busca y se dispara hacia Dios; pero no quiere perder nada de la vida,
de su vida, de las cosas, de los seres. La poetisa irá a Dios, pero a través de
la posesión del mundo; y no a través de su renuncia como los místicos y ascetas
(“Los santos, los ascetas”, página74). El
lastre, el peso, la invasión de lo humano es irresistible, agobiante. Por ello
suplica y pide ardientemente seguir viendo y amando el mundo aún a través de la
visión de Dios. Y es que precisamente por los aromas del mundo con los que
quiere ungir los cabellos de Dios (“Te
escribo a ti, Señor”, página 75).
El poema (“Déjame entrar”, página 81) presenta un macuto, un capacho cargado
de frutos humanos, de cosas del mundo que la poetisa entrega a Dios. Pide y
suplica la entrada a la morada de Dios con todo cuanto lleva en su ser, cuanto
acarrea en su capacho. Se repite muchas veces el anhelo inmenso de eternizar en
la infinitud de Dios su latido terreno, el ansia de que en Dios pueda cuajar su
humana poesía, su “lírico ideal”; el
deseo de un “regato chiquito”, donde
pueda empapar su “pluma de oro” (“Señor”,
página 85):
…Y una frágil
piragua
Para que desde
mi ribera
Hacia la tuya,
te lleve día a día
Las hojas
esmaltadas
Con mi nueva
poesía.
Por todo ello al cerrar “Carta a Dios” Sagrario Torres en su
último poema agradece a Dios todos los dones que de él ha recibido. Los dones
humanos, riquezas de auténtica y personal humanidad: el don de la vida, el de
la sensibilidad, el de su capacidad ensoñadora, el de su lírica inspiración, el
de responder con todo lo humano a los
ecos de la voz de Dios (“Gracias, Señor”, página 86):
…Gracias,
Señor, por mi vientre redondo,
Por toda la
humedad de mis tejidos.
Por que crujió
mi hueso en alaridos.
Por el amor.
Por el dolor tan hondo.
Por los prisma
de la luz donde me escondo.
Por mis
carnales sueños tan vividos.
Porque acercas
un canto a mis oídos
Y solo al eco
de tu voz respondo.
Gracias, Señor,
por no haberme hecho fiera.
Ni emperatriz.
Ni hombre que pudiera
Gobernar tu
ancho mundo desbocado.
Por este cuerpo
que jamás quisiera
Elevarte sobre
su inmensa hoguera
Sosteniendo
algún cáliz consagrado
Así pues se trata de una poesía
religiosa; es decir, religada a Dios. Pero sobre todo y principalmente es
poesía humana, existencial, autobiográfica, diario íntimo, exploración del vivir
y del sentir cotidianos de la autora. De acuerdo con esto, su decir es un decir
poético directo, coloquial, peculiarísimo. La imaginería, las comparaciones, el
léxico no tienen nada de retórico, de convencional o de hueco. Son algo
concretísimo y tangible: “ropa que ya no
satisface”, “acuario generoso”, “manada desmandada”, “pastor en soledad”,
“cayado”, “bastón”: realidades corrientes, populares, como símbolos de
autoridad, de poder, de gobierno. Esta misma forma expresiva, de confidencia
familiar, hallamos a lo largo del libro.
Vamos a situarnos en algunos poemas. “Me obsesionas, Señor”, página 21). Aquí,
como es habitual, la poetisa habla familiarmente, confidencialmente, a Dios; y
lo ve en las realidades más corrientes, más sencillas:
Dominas mi silenciosa
casa.
Te colocas
detrás de cada puerta.
Tras los goznes
atisbas.
Por los
cristales me vigilas…
Por mi alcoba
andas siempre
Antes de que
mis pies la pisen,
Ya estás tú en
ella
Y apenas se me
atrevo a desnudarme…
En las noches
que no puedo dormir
Tú pisas las
baldosas,
Las bordeas
Hasta alcanzar
mi cabecera.
Y si en mi mano
Brinca el
lapicero,
Tú miras por
encima de mi hombro
Para ver lo que
escribo
Y lo que nombro.
He aquí las realidades más normales,
más íntimas y familiares: “mi silenciosa
casa”, “tras los goznes atisbas”, con el vulgarismo “atisbar” incluso; “por los
cristales vigilas”, “por mi alcoba andas siempre”, “tu pisas las baldosas”, “tu
miras por encima de mi hombre”. Solamente en unos versos la expresión
pierde corporeidad y concreción para tornarse estilizada metáfora:
…En las noches
sin luna,
Un halo de
paloma
Se espesa en mi
ventana.
Pero enseguida vuelve al plano tangible
de la ingenua realidad y de la normal expresión: “Y eres tú que me acechas / y te asomas”. Dios se achica, se
concreta, se materializa:
…¿Porqué te
veo, Señor?
¿Porqué casi me
tocas?
Y mi mano
contiene tu caricia?
¿Porqué esta
lucha contra ti
Si eres mi
olfato
Mi visión y mi
tacto,
Tú los rumores
Que mi oído
escucha?...
Es decir, Dios se humana, se torna
criatura igual al hombre, camarada consolador del hombre, (páginas 24-25):
…No es
necesario que te siga.
Tú vienes
siempre a mí…
Y no porque te
llamo
Ni porque
imploro.
Tú te acercas
tan solo
Porque lloro
En las más
largas noches
Escondida mi
frente
Entre la almohada…
Por eso, como se lleva el retrato del
ser querido en la cartera, así la poetisa lleva a Dios. Y de igual manera que a
ese ser querido se le contempla y se le besa, así también a Dios (páginas
26-27):
…Te contemplo y
me arrobo.
Te beso
Y hasta las
huellas
Dejo
Del carmín de
mis labios
En tu rostro…
Si a
hurtadillas te beso
Y luego,
sonrosada,
Me apresuro a
limpiar
Con mi pañuelo
tu semblante…
¿Verdad, Señor
Que por solo
ese instante
Mis labios ya
están puros,
Y al estampar
en ti mis besos
No te manchan?.
En el poema, “Como será tu voz” (página 26) la expresión se ahila, se torna más
tenue y vaporosa en consonancia con el tema, que es el ansia y la búsqueda de
la voz de Dios. Para llegar al mismo, a la voz de Dios arranca en el poema del
todo de Dios. Para llegar al mismo, a la voz de Dios arranca en el poema del
todo de Dios humanado. Y así alude a sus manos, las manos de Dios que cambian,
transforman el cuerpo del hombre en “puerta”,
en “rendija”, en “grieta” por la que llega el suave
tacto de sus dedos. Dios se entrega “en
pálpito de senos y sienes”. Dios es “paso
sigiloso”, “rayo de luz”, “que va dejando estelas / desde las cumbres / a los
mares”. Al rumor y al gozo de ese
paso “las nieves azulean, palidecen corales,
se sonrojan las perlas”. La imagen de Dios, “colores sin fin”, prenden en sus ojos, cercados por sus destellos.
De esta forma conocemos ojos, boca, hombros, pies, cabellos, vestido, cuello de
Dios… Y se llega al final del poema cuyo motivo temático es la voz de Dios:
…¡Un
murmullo!
¡Una
sílaba!
¡Un
ligero chitar!
Un
eco al menos
Al
que yo quede unida
Por
ti arrastrada,
Suavemente
movida.
De esta manera Dios está enraizado,
metido de lleno, en el concreto ser y existir psíquico y corporal del hombre. Por
eso (páginas 32-33):
…Aunque quiera,
Señor,
No puedo
renunciarte,
Te llevo en
espiral,
En líneas
volteadas.
Estuve
contenida
En paredes
filtradas
Por tu lluvia
Y tú aroma…
Aunque quiera,
Señor,
No puedo
renunciar a tu ascendencia.
En “No
te enojen, Señor, estas preguntas” (página 34) Sagrario se centra en el
barro de que está formada. Y en el ya
desde su origen remotísimo se concentra el eco total y universal del mundo; es
Síntesis Cósmica, creación entera. En él se funden “aguas”, “caracolas” “arroyuelos”, “frutales”, “serpientes venenosas”,
“tormentas”, “los siete colores del arco iris”, “el aliento de todas las
especies, de los mansos rebaños / y de fieras”. El reino animal y vegetal,
cielos y tierra sintetizan la anchísima, honda, compleja y heterogénea realidad
de su ser. Sobre él ya en aquel remotísimo primer atisbo de su existencia,
apretada integración de cósmica realidad, pesan la garra, la impronta de Dios:
¡Oh, Señor
Ya mi ser
Palpitaba en
tus manos
A semejanza
tuya,
A tu creación
Llena de
esencias
Y de instintos!
Es esa impronta de Dios la que
necesariamente empuja, inevitablemente empuja al hombre a su búsqueda, a ir al
encuentro del Señor.
Sagrario anda su camino en la búsqueda
de Dios. Y como siempre, su personal andadura da lugar a una personal e
inconfundible expresión poética. Duerme. Despierta. Y al despertar, oye al
Señor. Le llegan sus destellos “tras los
cristales” de su mansión. Salta de
la cama; se viste con lo primero que encuentra; sujeta su desparramado cabello,
alcanza “la ventana”. Se lanza a los caminos del ancho universo:
…Arrebatada
Tras el rayo
Que en algunos
momentos
Me alumbra
Y luego se
escondía
Por caminos de
bosque
Y de montaña.
Para cerrarme
el paso
Los árboles
Sus raíces
sacaban
Como dedos
inmensos
Con uñas
afiladas.
El afán ardoroso que la empuja, esquiva
“rocas de vidrio”, burlones ante ella
y ante su empeño en traspasarla. No cesan los obstáculos, pero ella:
…era levantada
Por una voz
sonora
Como leve
cedazo
Porque tú desde
arriba,
Echabas tus
maromas
A mis brazos…
Por donde quiera atosigan perfumes de
muerte; pero:
…soplaba tu
brisa
De repente
Fundiéndose sus
huesos
En cenizas.
Al
cerrar los ojos de los niños, escucha con más fuerza la voz del Señor. También
hombres le estorban; también los mares. Pero:
…escalones
De perlas y más
perlas
Ante mí,
Formaron una
frágil barquilla
De perlas y más
perlas
Ante mí,
Formaron una
frágil barquilla
Para llegar tan
bellamente
A Ti…
Al final de sus penosos caminos la
poetisa halla a Dios; y queda ante Él (página 40):
…sentada
sobre mis dos
talones
Como una
florecilla
Desnuda y
rociada…
La misma expresión familiar, coloquial,
humanísima, revelación no de un arte sino de un hombre, de una mujer, hallamos
a los largo de todo el libro. Por ejemplo en su segunda parte, en el poema “pueda contemplar arrobadoramente”. Al
centrarse en la majestad de Dios, en su brillo, explota en un lenguaje también
de superior vuelo, de más efecto artístico e imaginativo. La majestad de Dios
se despliega “en el inmenso rosiazul del
cielo”. Las bellezas, los juegos, las gracias, los rosicleres que forman
las nubes son las “gasas”, “los encajes
del manto del Señor”. La imaginería se alarga, se multiplica en
enumeraciones caóticas: El manto es “transparente carey”, “cristal helado”,
“cresta policromada”, “córnea gigante”, “collar desabrochado”, Cofre de la
cascada”, “cúpula que se agrieta”, “en gajos vitreados”, “coma llameante”,
“clámide que fluctúa impurpurada”, “cálido cuajarón que se licúa”. Cuando
las nubes se ensanchan, resultan “plumas
que planean”, “se transforman en florones”, “columnas y penachos cual dalias”,
“ropón de olas”. Al cierre del poema vuelve el punto de partida:
…Junto a la
barandilla
Al borde de la
piedra
Me quedaré esta
noche.
Tu mano
poderosa
Descolgará sus
dedos
Y cerrará mis
párpados
Henchidos de tu
asombro
Con su tacto de
rosas”.
El cálido temblor de humanidad que
aliente el ser de Sagrario Torres la impulsa constantemente a la expresión de
realidades concretas y tangibles. Piensa en Dios y en el momento en que se
encuentra ya junto a él, a su lado, en el más allá. Y teme por la pérdida de la
realidad y de la identidad de su corpóreo ser:
Cuando viva a
tu lado
¿Cómo seré
Señor?
¿En qué estaré
cambiada?
¿Qué edad he de
tener?...
Tendré estos
mis ojos,
Este perfil
agudo
Que esculpió tu
cincel,
Estos labios
carnosos?...
Señor, cuando
viva a tu lado
No me des esa
gracia
De ser para tu corte
Estrella,
chispa, flor…
En tu regazo
Yo quiero ser
tan solo
Como un doblado
lazo,
Rescoldo en
pebetero,
Temblor humano
todavía.
Este anhelo constante de Sagrario
Torres de pervivir en su propio ser, de continuar eternamente “temblor humano”, la lleva a
interrogantes concretísimos, a implorar de Dios la perennidad de su humanísima
realidad:
¿Qué hacer con
este sexo
Que me abruma?
¿Con esta
acometida de la sangre?
¿Con esta terca
frente
Tan empeñada en
lunas?
¿Cómo cerrar mi
boca aspiradora
De la sensualidad
frente al paisaje?.
Por eso vive una lucha dramática
intensísima; se debate entre coger, asir a Dios o dejarle; se reparte entre
ambos opuestos. Por ello no tiene prisa en llegara a Dios:
Quiero llagar a
Ti tan tarde
Que me limo las
uñas
Para que ruede
Sin tropiezo ni
tacto
Por cosas y por
seres.
No me escojas.
Déjame hasta
que cuente
Por millares en
un jardín
Las nervaturas
de las hojas.
Y mis tímpanos
sientan
La congoja
De ardientes
arenales.
Es decir, no quiere ver pronto a Dios
como los místicos y ascetas: no tiene prisa por morirse. Ella irá a Dios para
entregarle las joyas que arrancó a la vida (“Los
santos, los ascetas”, página 74). Ha de tener contento al lado de Dios;
pero ello:
…cual rúbrica
De mi latir
humano
Que aliente
todavía
Por tanto amor
terreno
Inapagado.
Por eso al lado de Dios aún desea:
…la visión
Del mundo que
yo amé
En loca
desatino.
Por este ambiente de continua
potenciación de lo terreno, de lo cósmico, de lo humano, andan los poemas de “Carta a Dios”.
Resumen y exponente de ello, los dos
últimos: “Señor” (página 85), y “Gracias, Señor, por mi vientre redondo” (página
80). Se trata una vez más de eternizar en la infinitud de Dios el latido o los
latidos terrenos. Pueden aplicarse a Sagrario Torres las mismas conclusiones a
que llega Concha Zardoya respecto a la poesía de Unamuno (Concha Zardoya,
“Poesía Española Contemporánea”. Editorial Gredos, Madrid): “La nota más
perdurable de la poesía de Unamuno es su fuerte e intensa humanidad. La poesía
de Unamuno es humanísima, cordial, no cerebral. Poesía humanada, humanante, ni
siquiera humanizante”. También este libro de Sagrario Torres está traspasado de
autenticidad humana en medio de su búsqueda de Dios. Así pues, es poesía muy
humana la de Sagrario Torres en “Carta a
Dios”. Pero también es poesía religiosa. Y precisamente por ser humana.
Cuando el hombre se hunde en las raíces de su ser; o se hunde en las raíces del
mundo que le rodea, necesariamente se aboca al misterio, y por consiguiente se
aboca a Dios, a no ser que deliberadamente acepte la nada. Es la tesis del
hermoso y profundo libro de P. Miguel Lamet “El Dios sin Dios de la poesía
contemporánea”. “La poesía, escribe en la página 195, por definición no se
contenta con taladrar la primera cáscara de la realidad. Busca, como la
Filosofía, pero por distintos caminos, la última explicación de cada hecho en
un plano vivencial. Anda tras el alma de todo… Es decir, que toda poesía, sea
atea o arraigada o de precisión, es siempre fronteriza en cuanto que su intento
es siempre traspasar el muro que existe entre la apariencia y el hondo y
misterioso contenido del ente… Todas las dicotomías, Dios-Hombre, Dios-Mundo,
nos han hecho profundo daño. Si Dios lo es Todo, será capaz de ser
simultáneamente esa Persona infinita a la que podemos dirigirnos en diálogo
analógico, y ese fanal luminoso que es la realidad toda y cada una. No hay que
temer pues que el poeta diga Mundo, Tierra, Materia y Dios. Lo que hay que
temer es que el poeta, y en Él el hombre, se trivialice y deje de hacerse
últimas preguntas en sus visionarios arrebatos identificadores con la
realidad”. De acuerdo con tan esclarecedoras palabras concluyendo que la poesía
de Sagrario Torres en “Carta a Dios” es
profundamente religiosa, y precisamente por nombrar al Hombre, al Mundo, a la
Materia, a la Tierra así con mayúscula. Jamás trivializa a estos. Los ama
apasionadamente. Quiere apoderarse de ellos, poseerlos. Con su posesión o con
el anhelo de su posesión se remonta a la causa y raíz últimas de los mismos, o
sea, a Dios. No se queda en la superficie de las cosas; se adentra en ellas y
descubre el poder, la fuerza, el embrujo, el misterio que encierran. Por eso
precisamente no queda satisfecha, no se llena con ellas. Su espíritu, ancho y
hondo, como un mar, solo puede llenarse con la plenitud del misterio, con la
afinidad de lo absoluto, con la inmensidad de Dios. De esta manera las
criaturas, los seres, las cosas, las pequeñas realidades de la vida y del
mundo, el Hombre que Sagrario ama, en su relatividad, en su pequeñez la
conducen a la religación, a la atadura a Dios, a su búsqueda, a la conquista de
su posesión. Es, creo, el último y trascendente mensaje de su “Carta a Dios”.
el eje temático Vida-Muerte-Amor de “Esta espina dorsal estremecida”, cuarto
libro de Sagrario Torres, también es esclarecedor. Y confirma lo que decíamos
al término del análisis de “Carta a
Dios”. Cuando el poeta aborda con seriedad y hondura los grandes temas de
la Vida, de la Muerte, del Amor, su salida siempre se encuentra con el
misterio, con la trascendencia, con el infinito Dios…Sagrario en este libro se muestra una vez más anhelante de
vida y de vida perenne. Ve que la muerte desbarata sus ansias. Pero el amor
restaura las cosas. Y el ser que ama de verdad hará posible la arribada a la
perennidad con Dios. Es lo que percibimos al fondo de “Esta espina dorsal estremecida”, aunque no se perfile como en su
libro anterior la idea de Dios. Si se perfila en cambio, sí constituye el libro
“Esta espina dorsal estremecida”, aunque
no se perfile como en su libro anterior la idea de Dios. Sí se perfila en
cambio, sí constituye el libro “una confesión sincera de un estar en el mundo,
de un sentirse en sí mismo y en los demás, de un estar con Dios, no tanto al
modo de Santa Teresa que moría porque no moría, sino como una agónica paciente
de amor” (Crémer Alonso, “La Hora leonesa”).
Con “Los
ojos nunca crecen” Sagrario Torres se retrotrae a sus aurorales años de
infancia, a los momentos primitivos de su vivir. Con ello vuelve como a los
inicios de su creación personal. Tiene cinco años cuando ingresa en un
orfelinato regentado por religiosas. Allí se impone la educación fundada en la
consideración y el estudio de la Historia Sagrada, de la Biblia; y por
consiguiente transida de sentido trascendente y divino. Como en los demás
libros de Sagrario, aquí Dios vive en los sueños de la poetisa, en sus juegos
infantiles, en su mirar al mundo y a las realidades todas. Incluso cuando en la
segunda etapa del colegio llegan nuevos modos de educación por efecto de los
maestros liberales…, su idea de Dios queda firme en lo más entrañado de su
alma, como criatura recién salida de las manos del Creador Supremo.
En 1986 se edita el último gran libro
de Sagrario Torres, “Íntima a Quijote”. Con este libro el río lírico de la poetisa
valdepeñera continúa regando la llanura de nuestra Mancha y las llanuras secas
de cada una de nuestras propias almas. “Íntima
a Quijote”, está en la línea de “Regreso
al corazón”. Lo mismo que este, resulta un libro abarcador, totalizador. Ya
no es un determinado motivo; es la totalidad del ser humano que se complica en
un empeño existencial. La existencia sólo puede ser redimida por el amor. El
corazón es la más segura fuente del conocimiento, de esperanza y de perfección.
Eso viene a simbolizar Don Quijote. “Don
Quijote o el amor” en la acuñación de Ramiro de Maeztu. Don Quijote fue, es
y será siempre de infinito amor, su vida, todo su obrar, resultan entrega
enloquecida de amador sin límites. En aras de ese amor lucha por la justicia,
por la libertad, por el triunfo del bien universal. Por el amor trata de
redimir al mundo y al hombre. La escoria humana queda sublimada hasta el
infinito. Se convierte así Don Quijote en modelo de comportamiento válido para
todos los hombres. Casi continuamente fracasa en sus intentos; pero su ánimo,
sus propósitos serán invencibles. Y quedarán como un símbolo de infinito y
eterno valor. Su gran amor hallará necesariamente correspondencia. Ha quedado
convertido en modelo humano extraordinario, hecho de fé, de amor, de ansia de
justicia y de libertad; y de esperanza de redención de todo lo bueno y lo malo
de la vida. A lo largo de su caminar se encuentra con seres y cosas
despreciables y feas. Por la luz de su fe y el fuego de su corazón quedarán
hermoseadas y ennoblecidas. Los personajes incapaces de redención por su
suficiencia y su soberbia así con toda su escoria y su miseria moral. Aldonza
Lorenzo ascenderá a diosa de soberana hermosura, a mujer ideal y sin pizca de
mancha. El amor de Don Quijote hará el milagro. Así pues, mensaje de infinito
amor la obra de Cervantes.
Sagrario Torres, enamorada de Don
Quijote, sintoniza con sus altos y sublimes ideales, con sus nobles propósitos.
Y también en definitiva, enraíza con los eternos valores de la transcendencia,
de la religión y de Dios, el Dios cristiano que sufrió y murió por alcanzar
para la humanidad efectos de redención y sublimación; la salvación del mundo
por el amor. El constante tema de toda la mejor poesía universal, y también el
motivo central de la obra poética de Sagrario Torres. Dios, que es amor, mueve
el mundo, y por el amor, lo perfecciona y salva. El hombre que reside en el amor auténtico, como Don
Quijote, también se convierte en andante caballero para instaurar en el mundo
el reino de la justicia, de la libertad y del bien. El arma del gran poeta, que
es su palabra auténtica, también debe ser, y de hecho lo es, portadora de la
verdad, de la bondad y de la belleza.
Sagrario Torres
Y
su Poema de Amor al Quijote[3]
Convergencias
antecedentes.
En la literatura española del siglo XX,
la obra cumbre de Cervantes, así como su personaje central, fueron pretexto
inspirador para autores de diferentes estéticas y períodos, y a partir de una
leva, la de los noventayochistas, en la que abundaron las exégesis del Quijote[4].
Entre estos iba a ser Miguel de Unamuno quien más páginas dedicase al tema,
tema que dio ocasión a la peculiar relectura del texto cervantino que titularía
Vida de Don Quijote y Sancho (1904).
Diez años después de publicarse la
antecitada obra unamuniana, parece la del novecentista Ortega y Gasset Meditaciones sobre el Quijote (1914),
escrita en 1912 y 1913, y en tantos aspectos en contrapunto con aquella. La
primera en efecto, se vence del lado de una atención hacia el lado anímico,
mientras la segunda se centra en el análisis de las ideas y de las técnicas
literarias.
De cervantes y de su ingenioso hidalgo
se ocuparon distintos escritores del 27, una nómina nutrida de poetas y
prosistas que va desde Vicente Alexandre hasta Serrano Poncela, pasando por
Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Francisco Ayala, José Bergamín,
Luis Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Pedro Salinas, María Zambrano,
Antonio Oliver Belmás, etc.[5]
Algunos autores del 27 plasmaron esos
asuntos en creaciones poéticas, y entre ellos se cuentan Gerardo Diego y Miguel
Valdivieso. Del santanderino consignamos a modo de ejemplo, dos poemas del
conjunto El cordobés dilucidado (1966):
“Soneto ingenuo de Don Quijote” y “Después de Cervantes”. A su vez, Miguel
Valdivieso fue autor de “Dulcinea”, antológico soneto inserto en su libro, de
titulación romanceril, A quien conmigo
va.[6]
No falta la temática de referencia en
autoras coetáneas de los escritores recién citados, así en Rosa Chacel y María
Teresa León, y tampoco en versos de
poetas de las sucesivas promociones de posguerra, y máxime en líricos
manchegos. Las referencias a Cervantes y a determinados personajes del Quijote no son precisamente raras en la
poesía de Juan Alcaide. Composición a varias voces es la de Blas de Otero “La
muerte de Don Quijote”, debiéndose a Luis Rosales el ensayo Cervantes y la Libertad (1960). José Hierro
ha sido autor de unas reflexiones en torno a la idea azoriniana según la cual “El Quijote lo escribió… la posteridad”[7].
Un miembro del cincuenta como Ángel Crespo creó, en su fase postista,
“Soneto de don Quijote sin caballo”[8].
Sagrario
Torres: Trayectoria lírica.
Pero el supuesto de Sagrario Torres
resulta por completo atípico en las letras españolas, toda vez que a la autora
valdepeñera no la consideramos en estas notas en virtud de uno o de varios
poemas ad hoc, sino por haber elaborado una obra entera sobre
la materia. Estamos aludiendo a Íntima a
Quijote, libro editado en 1986, y que iba a construir el séptimo de sus
conjuntos líricos.
Nacida en 1923 en Valdepeñas, y
perteneciente, desde una perspectiva cronológica, a la primera promoción literaria
de posguerra, su más temprana entrega poética, Catorce bocas me alimentan, se publica en 1968, en un marco
literario en el que ya se habían dado a conocer los llamados “novísimos”.
Al cabo de dos años de este conjunto
inicial, compuesto íntegramente por sonetos, sale a la luz Hormigón Translúcido (1970), al que seguirán, en el primer lustro
de los setenta, otros tres libros de versos:
Carta a Dios (1971), Esta espina dorsal estremecida (1973),
obra de nuevo de carácter sonetístico, y Los
ojos nunca crecen (1973), subtitulado “Poema de su vida de colegio”.
Comenzada la década de los ochenta,
Sagrario Torres hizo imprimir Regreso al
corazón (1981), escribiendo luego el libro en el que vamos a centrarnos, Íntima a Quijote, libro distribuido en
tres partes poemáticas, precedidas de un prólogo en prosa bajo el escueto
título de “Al lector”. Tales prolegómenos son muy valiosos para entender la
génesis de esta obra, así como para un acercamiento a sus principales claves,
de ahí que resulte necesario que sinteticemos ahora su contenido.
Principia la autora dicho pórtico
participándonos que determinadas circunstancias y trazos de su vida la
predispusieron a sentir, por el hidalgo Alonso Quijano, un amor muy profundo.
Tres habrían sido las causas favorecedoras: nacer en La Mancha, como Quijote[9];
educarse en el internado estatal “Nuestra Señora de la Paloma”, sito en Alcalá
de Henares, patria de Cervantes, y la pasión por la lectura de cuanto
contuviese “gotas a raudales de poesía”[10].
Esta tríada de factores la condujeron, de niña, y según sus propias palabras,
“a enamorarse hasta la médula del galán Quijote”.
Obsérvese que Sagrario Torres, al
referirse al personaje cervantino, suprime el tratamiento de “Don” con que se
le conoce habitualmente, y que le antepuso su creador, en una suerte de resta
denominativa que ya consta en el frontis mismo de la obra. Por este medio, el
de despojarla incluso de la mención a la hidalguía, se pretende dotar de mayor
grado de humanidad a la figura quijotesca, con lo que se facilita la plática
espiritual con el ente afectivo que fue el destinatario del amor un día
adolescente, luego adulto, de la autora.
La naturaleza secreta de ese amor
nacido en la niñez iba a convertirse, con el paso del tiempo, en el hondo
impulso interior que originase el libro Íntima
a Quijote, cuya génesis emerge de la irrefrenable necesidad de hacer
pública declaración de entrega de la propia vida emocional al hombre que, por
tratarse de una criatura de ficción, era del todo punto imposible “ver”. Pero
declararse ¿cómo? Pues valiéndose de una misiva, merced a un conjunto de versos
de índole epistolar, lo que determina que Íntima
a Quijote sea un texto poemático al que contribuyen a conferir cohesión sus
caracteres de carta.
De una carta de contenido diverso en la
cual se expresa el punto de vista de la autora sobre la persona del Quijote; en
la cual imagina ésta como pudo ser concebido en la mente de Cervantes; en la
cual se intenta descifrar el sentido de la vida del personaje; y en la cual, en
fin, se hace la confesión de haber jurado fidelidad sin quebranto al espíritu y
fama quijotescos.
Sagrario Torres califica la carta como
“arrebatada”, y a juicio suyo acaso admita entenderse como representativa, no
del sentir de una sola, sino del de varias, aunque escasas, mujeres que
pudieron haber captado lo que Quijote pretendió con su singular comportamiento.
Y precisemos que nos se alude a féminas de carne y hueso, sino a diversos
personajes de la magna novela, es decir a Aldonza Lorenzo, ensalzada como
Dulcinea por Don Quijote; al par de mujeres a las que éste dio el tratamiento
de doñas cuando eran simplemente conocidas como Tolosa y Molinera; y en cuarto
lugar a la que Cervantes hizo hija de doña Rodríguez. Estas mujeres si podrían,
en el supuesto de haber vivido en la realidad física, compartir los
sentimientos de la carta, a diferencia de otros personajes femeninos de la obra
que tuvieron a Don Quijote por un chiflado, así la Duquesa, distante desde las
alturas de su aristocracia, y así también Altisidora, de onomástica tan
elocuente, y de tan poco fiable conducta.
Ya en el punto final de esos
preliminares, Sagrario Torres efectúa una interpelación a los lectores para
decirles que es a ellos a quienes encomienda su libro, puesto que a su
auténtico destinatario, el personaje ideado por Cervantes, no va a ser posible
leerlo. Pese a su brevedad, hay en ese último párrafo otro aspecto remarcable,
el de diferenciar de nuevo, y como arriba, un Quijote con o sin tratamiento de
“Don”. El primero coincide con el de su autor, y por ende con el de todos los
lectores de la novela, incluida la poeta valdepeñera. El segundo, en cambio, es
el suyo, aunque en ese posesivo quedan comprendidas igualmente, por
representarlas, las antecitadas Aldonza, Tolosa y Molinera.
La
parte primera.
Después del prólogo “Al lector”, una
cita de Fedor Dostoievski preludia la obra. En ese fragmento sostuvo el
novelista ruso, entre otras afirmaciones, que el Quijote es la creación más
profunda que la mente humana ha concebido. A continuación, da comienzo la
Primera Parte del libro, subtitulada “Visiones dolorosas y excelsas en
Cervantes, donde se ha querido ver lo sobrenatural para el alumbramiento de Don
Quijote”. Al principio de esta parte va una “Introducción”, en versos y
estrofas varias, como en casi toda esta obra, en la que Sagrario Torres
especula imaginativamente acerca de cómo pudo irse forjando el más emblemático
personaje cervantino dentro de la conciencia que lo alentó.
Al respecto, la poeta manchega se
traslada mentalmente a la España del siglo XVI, más en concreto a la Sevilla de
entonces, y evoca a un Cervantes que, vencido por la edad y por el infortunio,
está preso en la cárcel de la capital bética en la que se considera que
engendró la figura del Quijote. El personaje habría crecido y crecido dentro de
sí, emergiendo en gran medida a su imagen y semejanza, lo cual coincide con
varias hipótesis del cervantismo.
En las estrofas de cierre con las que
finaliza la “Introducción”, Sagrario Torres emprende un esbozo de retrato del
Quijote en cuyo transcurso le adjudica valores diversos, así la carencia de
cualquier tipo de delito; la mostración de una doctrina inextinguible; un freno
de castidad a unos impulsos que no empecen su perfil de “…varón, /entre los
varones”[11] y
la sobrevivencia de su fama más allá de los siglos. Este croquis de retrato se
desenvuelve a través de pautas asimilables a la andadura litánica, la cual va a
conformar uno de los recursos más reiterados en el libro[12]
Que el Quijote fuera engendrado en las
vicisitudes cervantinas descritas no resulta incompatible, según los versos de
la autora que abren el fragmento I de la Parte Primera, con su convicción
poética de que el personaje preexistió a su creador humano, el cual habría
asumido y dado a la luz literaria un previo fermento estelar del hidalgo. El
novelista, por tanto, no fue sino un cooperador necesario para el nacimiento
del de la Triste Figura, un padre que acepta una semilla larvada de antemano
desde los astros, un padre que, en realidad, no lo es ab origine. Al propio Quijote le participa Sagrario Torres cuanto
antecede, y ya en la forma de carta que adoptará todo el libro.
En el fragmento II del canto inicial,
la locutora de la misiva se interroga retóricamente acerca del lugar geográfico
donde Quijote pudo haber vivido su niñez y su mocedad. Luego imagina al
personaje viviendo en pacífica bonanza y armonía con la naturaleza hasta el
momento en que fue vinculado a una tierra específica, la suya manchega. Desde
allá, desde esos horizontes dio testimonio imperecedero de su proyecto
idealista, de andadura tan espinosa.
El
“Intermedio”.
Continúa el libro con un “Intermedio”
que consta de cuatro fragmentos. En el de apertura la hablante confiesa a
Quijote la precocidad de su amor enfervorizado hacía él, un amor que brotó en
la escuela. A partir de entonces la marcaria esa entrega espiritual a su
coterráneo, diferenciándose por eso mismo de las demás adolescentes, que
soñaban con príncipes azules. En cambio, ella solo amaba “a un Caballero y su
caballo”[13].
El fragmento II basa su contenido en
unos comentarios extraídos de la Vida de
Don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno. Son aquellos en los que se valora elogiosamente el ejemplar
comportamiento de la Tolosa y la Molinera con Don Quijote, a quien dan de comer,
a quien ciñen espada y calzan espuela. Y todo lo hicieron con actitud de
servicio y con humildad, en pro de aquel “loco sublime” que las elevó a la
dignidad de “doñas” desde la degradación en la que los imponderables de la vida
las habían sumido.
Inspirándose en estos comentarios
unamunianos, Sagrario Torres evoca a estas dos mujeres en su niñez humilde e
inocente, y ganándose el pan en parajes naturales limpios, pero en un medio
social duro y difícil. Así un día tras otro hasta que fueron abocadas a la
prostitución, siendo objeto de la lujuria de gente embrutecida. Quizá por
hallarse atrapadas en esa situación de desgracia, sus corazones se emocionaron
ante el insólito respeto y la gran ternura con que las miró Don Quijote. Merced
a tan atípico caballero, renacería en ellas lo mejor de sí mismas mientras iban
diluyéndose en su memoria las denigrantes escenas tantas veces soportadas a su
pesar.
Don Quijote marchó, pero ellas quedaron
dignificadas como personas gracias a él, e incluso ennoblecidas en virtud del
tratamiento doñaguil que les dio el sin par personaje. De la conmoción interna
que les produjo conocer a Alonso Quijano va a seguirse que deseen un cambio
profundo en sus vidas, y que piensen en la huida.
Dos sonetos integran el fragmento III,
composiciones ambas “En homenaje a la Tolosa y la Molinera”. Sonetos magníficos
técnicamente, era esperable de autora tan experta en el cultivo de esta fórmula
literaria, en el primero glosa la poeta la encerrona de cieno en la que fueron
a caer esas infaustas mujeres, en tanto en el segundo inculpa, a las esposas de
los hombres que las gozaron embrutecidamente, de haber sido las causantes de la
lujuria de sus maridos.
Excusado será apostillar aquí que nos
parece muy discutible ese punto de vista, condicionado por una visión
patriarcal manifiesta, puesto que exime a los rústicos gozadores de cualquier
responsabilidad en su comportamiento con la Tolosa y la Molinera, desviándola
por entero hacia sus respectivas consortes. Ocurriría, por consiguiente, que
unas mujeres están en el fango por el mal hacer de otras, lo que pudiera
admitirse en algún supuesto, pero en este poema la autora generaliza, lo que no
es aceptable en buena lógica, amén de que este tipo de pronunciamientos
convergen con enfoques montaraces sobre las funciones de la mujer en la
sociedad.
En fragmento cuarto, y último, de este
“Intermedio”, comprende versos de gran temperatura lírica, en los que se glosa
poéticamente la vela de armas del héroe, ritual que fue previo a acometer la
empresa de su “salida” en pro de la justicia.
La
Segunda Parte.
Tres son los fragmentos de que consta
la Segunda Parte, titulada “Después de las amarguras que sufrió Don
Quijote durante largo tiempo, y que a
ninguna, por conocidas, se hace alusión”. En el primero de tales momentos se
glosa el regreso del caballero a su aldea, después de dejar atrás una
experiencia que lo curtió madurando su conocimiento. Versos culminantes de ese
tramo textual son aquellos en los que se elogia el drástico ascetismo del Quijote, al que la autora retrata
como el ser más idealista entre los más idealistas.
Una dura diatriba contra la pérdida de
valores del mundo sustenta la apología del Quijote que leemos en el fragmento
II. Y para regenerar una insoslayable decadencia se precisa, a fin de que siga
habiendo esperanza en un justo porvenir humano, de una cuarta salida del
caballero andante, pues él encarna la sublimidad, la belleza, la poesía, la
música, así como los demás valores degradados y perdidos. La historia habrá de
mejorar necesariamente gracias a su rebeldía religiosa, evangélica, santa, y
que justifica el ruego de que abogue para que se preserve la hermosura en el
interior del ser humano, y en la naturaleza. Escribe Sagrario Torres:
Tú,
apóstol décimotercero,
Sube
a la más alta cima y pide
Que
no acabe nunca la memoria del hombre.
Que
los mares no hagan
Fosa
común de cuanto existe,
Ni
las hachas de enloquecidos montes
Arranquen
los pilares más hondos.
Clama,
para que siga en pie cuanto de hermoso
Se alza todavía
En
la conciencia y el paisaje.
Para
que nunca dejen de brotar
Las
flores de los campos, lana de las ovejas,
Niños
desde los vientres.[14]
Estos versos nos traen a la memoria el
poema de Rubén Darío “Letanía de nuestro señor Don Quijote”[15],
puesto que se da entre ambos textos, el de Sagrario Torres y el del
nicaragüense, el paralelismo de pedir al héroe que vele por la preservación de
diversos males que acechan al hombre y al orbe. Sin embargo, los dodecasílabos
rubenianos están impregnados, a diferencia de los de la poeta de Valdepeñas, de
ostensibles resonancias mariales.
Viene encabezado el fragmento III por
una cita que procede, nuevamente, de la unamuniana Vida de Don Quijote y Sancho. El pasaje que aquí se traslada tiene,
en realidad, carácter doble, pues en el primero abre el Quijote su corazón a
Aldonza, y en el segundo hace ella lo propio respecto a él. En ambos se expresa
la convicción de Unamuno, compartida por los dos personajes, de que el tardío
encuentro con la amada impidió al héroe conjurar su locura. Aldonza hubiera
mantenido en Quijano al hombre de altísimos ideales, pero evitando al loco, de
manera que las acciones quijotescas no habrían dado en lo burlesco, sino que
devendrían fruto del idealismo de las veras.
Basándose en la petición que, en el texto
de Unamuno, le dirige Aldonza al Quijote para que acuda al reposo de su regazo,
en este último fragmento también se ofrece la hablante para cuidar del héroe
con entero desvelo, para entregarse a su servicio de modo fiel, exclusivo,
absoluto. Como colofón, que también lo es de esta parte, se interpela al
Quijote confesándole “Te han amado los hombres. / Yo te amo por todas las
mujeres”[16].
Un soneto, el tercero de los que se
insertan en la obra, pone rúbrica conclusiva al libro. titulado “Contigo irá mi
sombra”, en esta composición se da fe del amor imposible experimentado hacia y
por el personaje cervantino, un amor desmedido que ha supuesto a una mujer
haberse vuelto loca por un individuo de ficción tan maravilloso. Poema
elaborado desde la extraordinaria maestría que caracteriza la sonetistica de
Sagrario Torres, en la textura del mismo se dejan sentir ecos, no marcados en
exceso, del clásico soneto amoroso “de contrarios”, de tanto empleo en las
letras áureas.
De
un climático amor indeleble.
Al cabo ya de nuestro periplo a través
de Íntima a Quijote, puede ser útil
peraltar, por vía contrastativa, algunos de los sesgos del enfoque del
personaje por Sagrario Torres. Anotemos, por ejemplo, que la poeta prescinde de
aspectos relativos a facetas caricaturales, burlescas o paródicas, obviando
notas de comicidad en el héroe. En la perspectiva de la escritora manchega se
subsumen ciertas ideas unamunianas, la búsqueda del alma quijotesca que propuso
Jorge Guillén, o la convicción de Cernuda de que en Alonso Quijano había un
espíritu de poeta. Coincidiría con Hierro en la creencia de que Don Quijote
existió antes de que la pluma cervantina lo trasladase a la novela, pero va a
diferir de cualesquiera aproximaciones anteriores en virtud de la plasmación de
un hondo e intensísimo amor declarado a Quijote, un amor inmarcesible que se
proclama poéticamente desde un enfebrecido pulso climático sin asomo de
anticlímax.
El día 15 de diciembre de 1979, el
Excelentísimo Ayuntamiento de Valdepeñas, presidido por Don Esteban López Vega,
se homenejea a Sagrario Torres con la intervenció de Camilo José Cela.
En el año 1985 se le nombra Hija
Predilecta de Valdepeñas y se le dedica una plaza para perpetuar su Nombre.
La Biblioteca
de Valdepeñas acoge desde el
Día 11 de Junio
de 2013
El Legado de la
Poetisa Sagrario Torres
La obra de la
poetisa Sagrario Torres quedará custodiada en nuestro Archivo Municipal
El patrimonio
bibliográfico y de documentación ha sido cedido por la familia para “enriquecer
el patrimonio cultural de la localidad”.
El patrimonio bibliográfico y de
documentación compuesto por cerca de 6.000 títulos del que consta
el legado de la poetisa valdepeñera Sagrario Torres ya se encuentra depositado
en el Archivo Histórico Municipal. El alcalde de
Valdepeñas, Jesús Martín, y el hijo y heredero de la poetisa, Francisco Javier
Torres Calderón, han suscrito un convenio con el que la familia de Torres cede
su patrimonio bibliográfico al Archivo Histórico Municipal, incluyendo
manuscritos, transcripciones de conferencias, libros de su biblioteca personal,
borradores inéditos o artículos de prensa, entre otros.
El primer edil ha querido destacar la
“generosidad” de la familia y ha destacado la importancia de “mantener viva” la
memoria de la poetisa valdepeñera, “una mujer que en una sociedad hostil supo
enfrentarse al mundo y aprender con los años que los ojos nunca crecen, por lo
que nunca dejó de ser una niña ya que sus ojos siempre fueron los mismos, con
los que aprendió, sufrió, lloró y tuvo un hijo”, manifestó Martín, que añadió
que “lo cierto es que para la pequeña o gran historia local de Valdepeñas, con
predecesores como Bernardo Balbuena o Juan Alcaide todo lo contemporáneo pasa a
ser algo pueril, pero es la maceración del tiempo la que deja el poso de que
Valdepeñas tuvo una hija llamada Sagrario Torres, y que nacida en otro momento
de la historia seguramente la estaríamos estudiando en los libros de texto”,
afirmó.
El alcalde de Valdepeñas quiso señalar
que los fondos han sido catalogados para engrosar el bien patrimonial de
Valdepeñas y que se custodiarán en los archivos blindados municipales. “Lo que
enseñaremos de Sagrario Torres será todo aquello que en caso de accidente
no suponga una pérdida significativa del legado. Lo que son manuscritos o
libros dedicados estarán depositados en los archivos blindados, y cuya
documentación será retirada para los investigadores, mientras tanto haremos
copias que serán las que visualmente la curiosidad podrá ver”, precisó.
Jesús Martín también mostró su
compromiso para llevar a cabo actividades educativas que den a conocer la obra
de la poetisa valdepeñera y aseguró que su espíritu “va a estar vivo
incluso para los que aún no han venido”.
Por su parte, el hijo y heredero de
Sagrario Torres, Francisco Javier Torres Calderón, agradeció al alcalde su
“voluntad y preocupación” para que la cesión se haya podido llevar a cabo como
era voluntad de la autora. Visiblemente emocionado indicó que “hoy por fin
también descansará en Valdepeñas su patrimonio sentimental conformado por
libros, cartas y documentos que formaron parte de su universo personal a lo
largo de su vida. Una cesión que implica también la voluntad de que su obra no
se pierda entre cajas de documentación y sirva para enriquecer el patrimonio
cultural de la localidad”, concluyó.
Caben destacar las 2776 referencias de
libros y revistas literarias que conforman parte del patrimonio, un buen
número son libros impresos entre 1880 y 1930, incluidos poemarios dedicados
personalmente por Juan Alcaide así como libros firmados con dedicatoria
personalizada por P. Laín Entralgo o Camilo José Cela. Se cuantifican en 3.144
registros de documentación los relacionados con recortes de prensa y
cartas, entre la que se encuentra la correspondencia con la Casa Real, además
de documentos sobre estudios, trabajos, colaboraciones, presentaciones,
conferencias y opiniones de la poetisa.
Bibliografía:
[1]
Natividad Cepeda. Poetisa y ensayista manchega.
[2]
Rafael Llamazares. Consejero de Número del Instituto de Estudios Manchegos.
[3]
José María Balcells Doménech. Universidad de León. Literatura Española.
[4] A raíz del tricentenario
de la edición del Quijote se produjo
un notable acercamiento de los jóvenes escritores finiseculares a ese texto
cervantino. Javier Blasco. “El Quijote de
1905, apuntes sobre el quijotismo finisecular, en Miguel de Cervantes. La
invención de la novela moderna. En Antrhopos 98-99 (1989), 120-2.
[5]
Al respecto, es valioso el monográfico
Miguel de Cervantes y los escritores del 27. Presentación y selección de
textos de Ana Rodríguez Fischer,
publicado en Antrhopos, monografías
temáticas 16 (julio-agosto, 1989).
[6]
Vid. Este texto en Miguel Valdivieso.
Obra Completa. Prólogo de Jorge Guillén.
Carboneras de Guadazón. El toro de barro, 1968, 135.
[7]
Este fue justamente el título de su discurso de 1999 leído en el acto en que se
hizo entrega del Premio Cervantes.
[8]
Puede leerse en Ángel Crespo. Primeras
poesías (1942-1949). Ediciones de José Mª Balcells. Ciudad Real:
Diputación, 1993,90.
[9]
La invocación del paisanaje con Cervantes se advierte en otros autores oriundos
de la zona, así por ejemplo en Juan Alcaide.
Léase su poema “Mi tierra y yo”, en su Poesía Completa. Ciudad Real: Diputación, 1993, 107-8.
[10]
Todas las citas de Íntima a Quijote se
toman de la edición de la obra que publicó en Madrid, la Asociación de
Escritores y Artistas Españoles en 1986. Aquí se remite a la página 9.
[11]
Ibidem, 20.
[12]
Francisco Mena Cantero. “Sobre Íntima a
Quijote”, en Cuadernos de Nueva Poesía. (abril, 1987)
[13]
Íntima a Quijote, 32.
[14]
Ibidem, 57.
[15] Figura dentro del grupo
de composiciones “Otros poemas”, en el poemario de 1905. Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (Madrid,
Tipografía de la Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos).