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Tuesday, November 14, 2017


JOAQUIN RODRIGUEZ “COSTILLARES”

AUTOR DE LA SUERTE DEL VOLAPIÉ

EL ARTE DE TOREAR

BIOGRAFIAS DE LOS PRIMEROS TOREROS DE LA HISTORIA


Pocas y escasas son en verdad las noticias que se tienen de “Costillares”. En sus comienzos tuvo una gran reputación y que gozó en sus primeros años de torero, siendo oscurecida por la justa fama de otros dos colosos del toreo que aparecieron de pronto, de los cuales, hablaremos en próximas páginas.
Desgracia fue para “Costillares” la aparición de Pedro Romero y Pepe-Hillo; más a pesar de que la memoria de los triunfos se desvaneció muy pronto por las causas que ya hemos indicado, no por eso es menos digno de figurar a la cabeza de cuantos a esta profesión se han dedicado.
“Costillares” fue el regenerador del toreo, y a nadie más que a la suerte de su invención se debe la altura en que este ejercicio se haya colocado. Hoy se ejecutan muchas de las suertes y con sobrada frecuencia, para evadir peligros considerables, que sin el auxilio de aquellas seria expuesto y peligroso el Arte del Toreo.
A la aparición de “Costillares”, célebre en la lidia, se conocían algunas suertes de bastante utilidad; pero no de una ventajosa defensa. Así es, que el arte casi naciente por este tiempo, sufrió una extraordinaria revolución que sirvió para su completo desarrollo. No necesitamos otra razón para justificar la importancia de las suertes, debidas a este hombre, sino fijar la vista sobre el tiempo que hasta hoy ha transcurrido y notaremos que a pesar de esta circunstancia se conservan íntegras y en toda su extensión, con beneficio de los que las ejecutan.
Conocida ahora la de Francisco Romero, de matar toros frente a frente con la ayuda de la espada y la muleta, y sin embargo de que esta última no tenía otra aplicación que cubrir el matador con ella desde la cintura a los pies y proporcionar la salida del toro con el engaño, “Costillares” regularizó su manejo para que la muleta ampliase la defensa del matador hasta el extremo de trastear a los toros, lidiar y ponerlas en la suerte suprema.

Respecto a la suerte de matar al toro, no se conocía otro método, que el de recibir a los toros armado con la espada, pero el toro que se aplomaba o no embestía por resabios que había adquirido, la sufría por el brazo de un peón o criado, que, a impulsos de una lanza larga, que se le llamaba punzón, era cobardemente atravesado, con el consiguiente disgusto del maestro, obligado a practicar la enunciada operación conforme a las reglas de la época.
Tal era la costumbre en usanza en la fecha de la aparición de Joaquín Rodríguez. Este concibió un nuevo recurso para evitar que las reses sucumbieran al vigor de una mano incompetente, los cual debía reconocerse como denigrativo a un matador de toros, y puso en práctica la suerte del Volapié, que produjo el resultado que se ansiaba, evitando con ello la necesidad de apelar a los extremos del arte para ninguna operación que compitiese a ese carácter. Por este tiempo ya había cambiado de faz la diversión de que tratamos, y se habían lanzado a picar toros a caballo, en iguales términos que se practica hoy, que, bajo otra forma, ejecutaban la suerte de vara larga, y “Costillares” en unión de Juan Romero, evitaban las contingentes desgracias con los jinetes, de cuyo modo se valieron para aminorar los riesgos y regularizar la lidia, colocándola en la senda más susceptible de adelantos.

Fue el creador de la faena de capote al perfeccionar el lance de la verónica. Organizó las cuadrillas de toreros, que antes se contrataban por la empresa de la plaza, imponiendo disciplina en la cuadrilla de peones y sometiendo a las órdenes del matador, quien se convertía de esta manera en el director de lidia. Estableció los tres tercios de la lidia, varas, banderillas y muerte. También modificó el traje de torero, estableciendo la chaquetilla bordada con galones de oro para el maestro y de plata para los subalternos, calzón de seda y la faja de colores.
Estas son, en resumen, las mejoras que Joaquín Rodríguez “Costillares” introdujo en el toreo, las cuales le valieron una justa celebridad, limitada hasta cierto punto por las causas que antes expusimos; pero que, a pesar de todo, no perderán jamás el resplandor de originalidad de que se hayan revestidos. Una vez relatadas las razones que le dieron tan justo crédito, pasaremos a hablar sobre su nacimiento y educación en la tauromaquia.
Joaquín Rodríguez “Costillares”, abrió los ojos a la luz del mundo en esa deliciosa ciudad, antigua Corte de treinta reyes, cuya ribera baña el Guadalquivir. Hablamos de Sevilla, la ciudad predilecta de los godos y adorada de los árabes. En esta población existe un barrio en extramuros, conocido como San Bernardo, cuyo reducido caserío, en aquella época, solo formaba un pequeño número de calles y en él nació el torero que nos ocupa, a principios del Siglo XVIII. Hijo de operarios del matadero, y sin recursos sus padres para dedicarle a otras faenas fuera de aquel paraje, no tardó en tener faenas fuera de aquel paraje, no tardó en tener aplicación en el mismo establecimiento, donde a cada momento e ejercitaban en torear a las reses que daban juego, de las que allí se dirigían para pasto del vecindario. Esta circunstancia produjo que desde bien pequeño se familiarizase “Costillares” con el ganado vacuno y conociese sus instintos y propiedades, de lo cual debía sacar más adelante un positivo y extraordinario fruto. Conforme iba creciendo en edad y desarrollo, fue creciendo y adquiriendo tan decidida afición por el toreo, que bien pronto se aplicó a este ejercicio con exclusión de otro alguno, sin duda porque su corazón le vaticinaba los señalados triunfos que había de conseguir con semejante profesión.
Como sus conocimientos nada tenían de comunes, y la aptitud que le proporcionaba sus pocos años era también especial, de aquí resultó que bien pronto demostrara lo que valía, y que en balde había luchado entre reses desde bien pequeño. Aquí podemos decir que tuvo principio la carrera tauromáquica de “Costillares”.
Ajustado desde luego con el carácter de matador, se presentó en varias plazas del reino, en las cuales recibía las más expresivas muestras de las simpatías que le público le merecía. A la vista de “Costillares”, nadie expresaba otras sensaciones que las del asombro que les inspiraba el torero sevillano. La exacta combinación de las suertes que ejecutaba llamaron la atención de un modo tal, que ocasionaba cada una de ellas un entusiasmo particular e imposible que ningún escritor las puede describir con exactitud.
Así pasaron muchos años, y “Costillares” ya no solo era matador de toros, sino maestro de otros que ansiaban abrazar la profesión del toreo, los cuales le dieron después gran fama por la reputación que supieron adquirirse.
Por este tiempo se le formó a “Costillares” un tumor en la palma de la mano derecha, que le privaba de estoquear, y por ello se vio precisado, bien a su pesar, a abandonar la profesión, de lo que se le originó una constante tristeza que, aumentándose progresivamente, terminó sus días después de poco a tiempo, con el pesar de no haber elevado el arte de que su puesto quedaba dignamente reemplazado por los famosos Pedro Romero y Pepe-Hillo.