EL
ARTE DE TOREAR
BIOGRAFÍAS DE LOS PRIMEROS TOREROS DE LA HISTORIA
FRANCISCO ROMERO –
Fue el primer torero matador de toros profesional que se tiene conocimiento en
el Arte de Torear. Nació en Ronda, población del mediodía, en el año 1700 y sus
padres exentos de fortuna, se vieron precisados a que eligiera un oficio,
siendo el de carpintero de ribera, el que Francisco Romero escogió para ganar
dinero y ayudar a la familia. Este joven demostró desde bien pequeño una
extraordinaria afición a tocar a las reses, en cuya faena se ocupaba en los
momentos de ocio y sin perjuicio de atender su trabajo diario. Los caballeros
maestrantes de Ronda, que se orientaron de la decidida afición de Romero, no
titubearon en declararse sus protectores, razón por la cual se cuidaban de
proporcionarle novillos a propósito que lidiaba con la mayor competencia,
resultando de ello conocimientos especiales, reservados a una constante
práctica.
La
razón que antes hemos manifestado, influía en el primer lidiador de a pie lo
bastante para dedicarse exclusivamente a torear; y en efecto, tardó poco en
haber una profesión de lo que antes era solo un simple divertimento.
Sin más elementos que los
que la práctica le suministraba, introdujo Francisco Romero cuantiosas mejoras
en la lidia de a pie y cada día inventaba una nueva suerte que le proporcionaba
merecidos elogios y la admiración general; pero lo más principal, y a la que
debían rendir tributo todas las demás, era la de matar los toros cara a cara
con la ayuda del estoque y la muleta.
Esta
suerte que desde luego la graduó la más difícil expuesta: necesitaba ensayar
con toda exactitud para instruirse de sus incidentes y evadirse con
conocimiento del peligro, y Romero la practicó con el mejor éxito, por cuanto
seguidamente reclamó la ocasión de probarlo. En efecto, no hizo esperar aquella
mucho tiempo, los caballeros maestrantes estaban interesados, y en breve
anunciaron una corrida de toros, en la que el lidiador que nos ocupa debía
hacer su primera salida y matar en los términos que dejamos indicados.
Se
presentó Francisco Romero en la plaza con un traje a propósito para la
operación que debía practicar, el cual consistía para la operación que debía
practicar, el cual consistía en calzón y coleto de ante, correón ceñido y
mangas acolchadas de terciopelo negro; y no bien se dejó ver del público que
ansiaba el resultado de sus proyectos, un nutrido y entusiasta aplauso resonó
en cada uno de los ángulos de la plaza.
No
es fácil explicar los preliminares de la faena, después de tanto tiempo
transcurrido, y tratándose de un hecho que no quedó consignado, sino en la
imaginación de los muchos aficionados que lo presenciaron, los cuales nos lo
han legado tradicionalmente, y deseando por consecuencia de la importancia que
real y verdaderamente debió tener. Nos contentamos, por lo tanto, con saber que
Francisco Romero realizó su proyecto en medio de vítores más completos y de la
admiración de los espectadores.
Como
es de suponer, continuó Francisco Romero en su nueva profesión y cada vez
avanzaba un poco más en el ya arte de la lid, si bien algunos comparte los
descubrimientos y adelantos del toreo de Romero, con un tal Manuel Bellón, a
quien se le vio estoquear a un toro en Algeciras y otros puntos, y del que no
se tiene otro antecedente si no que era natural de Sevilla, y que su práctica
en el capeo de reses la había adquirido en un país africano, donde no se sabe
por qué causas permaneció algunos años.
Después
de cierto tiempo en que estas cosas tuvieron lugar, principió Francisco Romero
a inutilizarse para este género de ejercicio, porque la edad le privaba de la
agilidad necesaria, que a no dudar es uno de los más indispensables elementos
para el toreo, y vio abrazar la profesión de torero a su hijo Juan Romero,
también natural de Ronda.
Pasaron
los años, y según se disipaban los recuerdos de Francisco Romero, en la misma
proporción se aumentaba el crédito de su hijo Juan, quien para mayor lucimiento
de la fiesta había creado las cuadrillas de banderilleros y picadores que
dilataban y hacían más variada esta, aunque a mucha distancia de la
regularización que después experimentó. A juzgar por lo que se desprende de la
índole y demás circunstancias de este género de espectáculos, todos
convendremos en que la afición a los mismos había de generalizarse con mayor
rapidez, puesto que así lo exigía el carácter de los españoles, predispuestos
siempre a hechos de guerras, torneos, duelos y bizarría.
Este
carácter natural, por una parte, y la idea de atender de tales funciones a
objetos piadosos por la otra, generalizaron las diversiones de toros en la
mayor parte de nuestras grandes poblaciones, siendo Madrid una de las que más
se aceleró en proporcionarse lo necesario para que estas fiestas se realizasen,
y a cuyo efecto fue llamado Juan Romero a la Corte, donde le obligaron, por
medio de una escritura, a lidiar y matar toros en las corridas que tuviesen
lugar todo un año, a las cuales asistió desplegando la habilidad de que estaba
dotado, en términos sumamente favorables a su crédito, que nada dejó que desear
a los concurrentes. Esta circunstancia influyó lo bastante para que en los años
posteriores continuasen las corridas de toros y Juan Romero, que tan buenos
recuerdos había dejado en su estreno.
Por
esta época, ya no estaba reservado a una sola persona el dedicarse a matar
toros; y asó fue que bien pronto se presentó Joaquín Rodríguez “Costillares”, a
quien con justicia se le titula regenerador del toreo, y por quien empezaremos
nuestra colección de biografía. Hecho este compendioso relato de cuanto hemos
podido indagar relativo a los diestros Francisco y Juan Romero, pasaremos a
describir con más datos, las biografías de los lidiadores que sucedieron a los
que hemos hablado anteriormente, los cuales han conducido el Arte de Torear al
Patrimonio Cultural de España.