CÓMO
MURIÓ MANOLETE
Manolete - Óleo de Federico Echeverría |
La
desgraciada muerte de Manolete, acaecida en Linares la madrugada del día 29 de
agosto, al conmover el ánimo del mundo entero y más fuertemente el de España
entera, hizo que todas las plumas escribieran sobre el ídolo roto y, tal vez
por el amor y el entusiasmo que al héroe se le tenía, volaron las imaginaciones.
Nadie
quería aceptar los hechos en su cruel realidad y parecía buscarse, fuera del
campo de lo verdadero, una causa, un motivo, una responsabilidad, del hecho
cierto, innegable, tristemente positivo de la muerte, que a todos nos afectaba.
En
su defensa, disculpable por el amor que lo inspiraba, se dudó de la competencia
de los médicos, se puso en tela de juicio la esplendidez del Hospital de
Linares, se habló del “desmantelamiento” de la enfermería y, en una palabra, se
creyó en todo lo absurdo sin hablar para nada de las causas verdaderas de la
cornada de “Islero” y la falta de energías físicas de Manolete.
Yo
no estoy obligado a defensas de ningún género, únicamente por defender el
imperio de la verdad, para legar datos ofrecidos a la historia, que harán otros
con más ecuanimidad que nosotros, he querido recoger en estas páginas la verdad
de los hechos, que no se han publicado, aunque fue como viajero asustadizo, de
boca en boca, sin atreverse a salir a la luz pública.
La
cornada es lo de menos
Esa
es una frase que, atribuidas a los médicos que asistían a Manolete, fue
divulgándose con rapidez vertiginosa. Yo no creo, no puedo creer, que ningún
médico dijera esa frase y estimo que, de haberlo dicho, la hubiera acompañado
de una explicación que, de haber sido dada, no fue recogida por nadie.
La
cornada de “Islero” tenía en todos los aspectos la enorme, la grande
importancia que determina el gran destrozo de la masa muscular, determinando
una tumefacción de tejidos que difícilmente puede ser “reparada”. La
importancia crece al ver que la safena ha sido rota por el asta del toro, en su
parte alta. No era posible pensar en la ligadura provisional ya que estos
grandes vasos, al ser seccionados no solo dan sangre, por la “boca” de
retroceso, sino por ambos lados. Y más en este desgraciado caso en que la
safena recibe el riego de todos los vasos de las regiones renal y abdominal.
Esto,
que en si es ya importantísimo, la era más en Manolete pues la ruptura de la
safena lo fue por el cayado, situado al final del muslo y tan cerca, tan
íntimamente colocado junto a la femoral (vena) que casi podría decirse que los
dos vasos importantísimos sufrían la misma lesión.
De
ahí la gran hemorragia “en sábana” más abundante de lo que hubiera sido si la
ruptura de la safena se hubiera localizado en el tercio medio o en el inferior
del muslo. Ligado el vaso venoso, aún cabe esperar que la función de retroceso
pueda realizarse por la femoral ya que Dios nos dotó de dobles “conducciones
venosas” para, en casos desgraciados, buscar la compensación del riego
sanguíneo.
Sin
posible retroceso para la sangre
Esta
posibilidad de compensación desaparece en el momento en que, por dar nuevamente
sangre la herida, se ha de operar de nuevo al diestro herido y se ha de ligar
la femoral, el único vaso que se suponía útil y utilizable para la función del
retroceso.
Como
esto que se escribe no tiene otro fin que con el de que todos comprendan,
diremos que, en el individuo la sangre arterial baja hasta la punta de los dedos de los pies y vuelve hacia arriba
en retroceso por las venas, que en
las piernas se llaman femoral y safena.
Ligados
esos dos vasos venosos, la sangre arterial no puede retroceder, queda estancada
en sus vasos principales y en los auxiliares y capilares, determinando una
paralización en el riego sanguíneo del miembro afectado (pierna derecha).
Y
aquí nace la importancia de la cornada. Esa sangre, estacionada en toda la
pierna derecha, hubiera determinado (a las 24 o 48 horas) una gangrena, cuyas
fatales consecuencias sólo se evitan amputando el miembro afectado. Y como ya
sabemos que las ligaduras de los vasos estaban situadas en el tercio superior
del muslo, si Manolete hubiera vivido, se le hubiera tenido que amputar la
pierna, tal vez por desarticulación del fémur en la cadera.
Así,
pues, no es admisible el que ningún médico pudiera decir “que la cornada era lo de menos”.
El
shock traumático, síntoma gravísimo
Lo
que sí dijeron los médicos desde el momento en que Manolete entró en la
enfermería fue, que el fortísimo shock traumático determinaba un peligro
escandaloso. No era esa opinión, una opinión de médico de pueblo. Era la afirmación del hombre que estudia, que
está al día de cuanto se escribe por los profesores, para conocimiento de los
que, enamorados de su profesión, quieren estar al corriente de las últimas
investigaciones.
Independientemente
de que más adelante expongamos en lenguaje claro lo que es el “shock”,
recogeremos algunas opiniones de los expertos:
“El
choque o shock consiste en una grave crisis vascular, durante la cual el
aparato circulatorio, primero está excitado y después se paraliza. – Doctores:
Kirscher y Nordmann.
Según
el Doctor Wieting consiste en el
brusco aniquilamiento físico y psíquico del organismo, ocurrido inmediatamente
después de experimentada una violencia mecánica.
El Doctor Coenen, opina
que el shock se produce porque una excitación centrípeta intensísima, se
descarga por el sistema nervioso vegetativo, originando la parálisis vascular,
hipotensión y menor actividad de todas las funciones vitales.
Bolten, supone
que la causa principal del shock es la paralización del “simpático”.
Estas
opiniones de verdaderos autoridades médico-quirúrgicas, no señalan la causa
determinante del shock, y con ello prueban que, de este fatal fenómeno, se
conocen los efectos, pero no las causas.
Ahora
veremos la opinión del Doctor Mariano Zumel, profesor encargado de la cátedra
de operaciones de la Facultad de Madrid.
“No es fácil definirlo,
porque tampoco precisamente le conocemos, pero si su expresión clínica que
consiste en una desproporción manifiesta, entre el estado general del individuo
y las lesiones que lo origina. Es decir, vemos algunas veces heridas con
lesiones insignificantes y un estado general extraordinariamente grave, pulso
por encima de las 120 pulsaciones, respiración angustiosa, palidez, sudor frío,
conciencia relativamente clara y no podemos explicarnos que esta gravedad sea
debida, exclusivamente a la pequeña lesión que estamos observando. La razón es
quizá que hace pocos años los cirujanos valorábamos la pérdida de sangre, pero
no el dolor, la pérdida de energía nerviosa, aunque un cirujano, hace muchos
años, llamado Delbet dijo que el dolor, como la hemorragia, también mata”.
“Y estos toreros
sometidos a una emoción extensa, que de repente se chorreando sangre, que ellos
no ignoran que las cornadas son todas candidatas posibles o probables para la
muerte, se traduce en una depresión funcional aguda que es la expresión clínica
del shock traumático. Creo yo, que en el caso concreto de Manolete tanto el
shock traumático, como la lesión brutal que padecía, tienen gravedad suficiente
para ocasionar la muerte”.
Los
que hemos estado en Linares cerca de Manolete y de los médicos, vemos que el
sabio Doctor Zúmel, enjuicia, desde enorme San Sebastián la causa de la muerte
del llorado torero, en los términos clínicos y científicos en que lo hicieran
los médicos de Linares.
El
Doctor Garrido Arboledas, desde el primer momento, sin restar importancia a la
cornada, le preocupó mucho más, así lo dijo a todos, el tremendo shock
traumático.
Tratamiento
racional
¿por
qué no suero en vez de sangre?
Y
en esa preocupación, diagnosticando desde el primer instante el shock
traumático por los síntomas positivos antes descritos, que lo diferencian del
colapso, el médico operador, muy acertadamente, prescribe una transfusión de
sangre, buscando compensar la pérdida tenida.
Decimos
de un modo acertado, ya que profesor quirúrgico tan competente como Wieting
acepta el tratamiento por el suero, para el colapso, más al hablar del shock
cree que son peligrosas, en este caso las inyecciones de suero artificial, por
sobrecargar de un modo peligroso el corazón.
Es
decir, que admitida la teoría de que el shock disminuye la función circular de
los vasos sanguíneos, es necesario aceptar que se reduce o aminora la fuerza
necesaria para el trasvase por los capilares de las arterias a las venas y por
tanto la mayor afluencia de suero en estos vasos llega a determinar el ahogo
del corazón, que no puede dar salida a la masa que a él acude.
El
tratamiento pues, de la transfusión es el racional, el indicado por los grandes
maestros de la cirugía y basados en esas mismas indicaciones las transfusiones
han de hacerse, cual se hicieron las aplicadas a Manolete, en cantidades
mínimas para evitar el colapso que, por insuficiencia de trasvasación, habría
de presentarse.
Era
preciso ir buscando con estas transfusiones, el recobro de la sangre perdida,
procurando lograrlo por etapas para llegar, si el shock cedía a la transfusión continúa.
Recobrar
las grandes pérdidas es algo dificilísimo. Porque ellas determinan que el shock
o por el colapso, la imposibilidad de lograrlo.
Según
la investigación de Kuttner: “Una pérdida
sanguínea que sobrepase el 3 por ciento del peso corporal, siempre es mortal”.
¿Perdió
el pobre Manolete esta cantidad de sangre, desde el momento de la cornada,
hasta que se le hizo la ligadura del vaso seccionado?
En
este caso probable, todos los remedios, todas las transfusiones, resultaban
inútiles.
Sangre
adecuada o plasma
Las
sangres (lo digo para aquellos que no están obligados a saber de estas materias)
se dividen en cuatro clases. Es necesario, para evitar posibles y fatales
consecuencias, proceder al examen de la sangre del que ha de recibir y del que
la ofrece en favor del herido.
Existe
una clase de sangre que por ser útil a todos se llama universal. Así pues, cuando Luis Miguel Dominguín, se ofrece como
donante, es rechazada por no ser su sangre del “tipo” preciso. Igual suerte
corre el bondadoso Don Álvaro Domecq. Y se acepta el ofrecimiento de Don Juan
Sánchez, del que se sabe, por donaciones anteriores que es un excelente donante
universal.
Más
tarde ofrece la suya el matador de toros Parrado y al hacer el análisis de su
sangre se ve que es universal y aún mejor que la de Don Juan Sánchez. Por eso
las tres transfusiones siguientes, se le hacen a Manolete de la sangre de
Parrado.
Nos
queda por ver si la técnica empleada en esas transfusiones y anteriormente en
los análisis de las sangres ofrecidas, es la indicada por los grandes maestros.
Para
el análisis y diferenciación de las sangres, se usan líquidos especialmente
preparados ya que por la rapidez que imponen las transfusiones es
imprescindible ganar tiempo.
Pues
bien, Linares tenía preparados en la farmacia de Don Alfonso López,
(preparación hecha ocho horas antes) los líquidos precisos para realizar los
análisis.
Transfusión
directa y con aparato Cardi
Las
transfusiones de sangre, comienzan a realizarse de forma directa. Es decir, que
una aguja clavada en la vena del donante y otra en el brazo del herido que ha
menester sangre donada.
Esta
técnica primitiva tiene un grave inconveniente, la fibrina de la sangre va adhiriéndose
a las paredes de las agujas determinando el taponamiento. Claro está que ese
inconveniente se subsana con el cambio de aguja, más ello determina el
interrumpir, aunque sea por breves momentos la operación y la molestia de
nuevos pinchazos en el herido a donante. Esto no ocurrió en Manolete.
Sistema
este que aun siendo el primitivo es el que se emplea más. De esa forma a los
cinco minutos de prescribirse la transfusión se estaba realizando. El Doctor
Don Manuel G. Medinilla, cuya clínica está a cincuenta metros de la enfermería
trajo el equipo de transfusiones y en tanto, operaba el Doctor Garrido
Arboledas, él realizaba la transfusión utilizando el brazo izquierdo de
Manolete.
En
ninguna plaza de toros de España se hubiese hecho más rápidamente esa operación
de urgencia, ya que no es preceptivo el que en las enfermerías existan los
equipos de transfusión.
Las
otras tres transfusiones se hicieron en el Hospital, por el más moderno
procedimiento, utilizando el aparato Cardi, aparato que reseñaré brevemente
para conocimiento de los profanos.
Es
una caja metálica en la que se coloca en una ranura, hecha en forma de espiral,
una goma. En uno de los extremos de esa goma un tubo de cristal, en un ángulo
recto, que entra en el frasco graduado que contiene la sangre, y en el otro
extremo de la goma, la aguja que va al brazo del herido.
Por
la acción de un pequeño manubrio, muévese un rodillo que pisa sobre la goma,
empujando a la sangre y a la vez absorbiéndola, por el vacío, del frasco en el
que previamente “se ha fijado” la sangre donada. Un contador automático va
mostrando el número de centímetros cúbicos de sangre que penetran en el vaso
del que la recibe.
Estas
tres últimas transfusiones las realizó la licenciada en farmacia, señorita
María Luisa López.
Líquidos
de análisis y de fijación
Es
un hecho cierto que los líquidos con los que han de hacerse el análisis de las
sangres ofrecidas y aquel preciso para la fijación de la donada, precisan estar
preparados poco tiempo antes de ser utilizados. Y en este caso, los detractores
del noble Linares, en enterarse de nada, sin preocuparse de hacer la más
pequeña información, aludieron este punto.
Yo,
un poco más amigo de la verdad, doy aquí mi charla con señorita María Luisa
López.
-¿Está
usted preparada, no siendo médico, para hacer transfusiones?
-Tal
vez por una curiosidad, guiada por un afán de atender a los pobres, procuré
ponerme en condiciones técnicas de realizar esas operaciones.
En
uno de mis viajes a Madrid, en el pasado mes de abril, quise hacer los
cursillos de transfusiones, con el Profesor Doctor Elosegui. Fui tarde y no
pude lograrlo, más deseosa de no venirme a Linares sin conseguir mis
propósitos, conseguí permiso para hacer las prácticas en el Hospital de la Cruz
Roja, en Madrid. Allí estuve más de dos meses enterándome de todo y practicando
transfusiones, hasta que mis maestros me concedieron el honor de conceptuarme
en condiciones de hacer esas operaciones.
-¿Quiere
usted decirme, María Luisa, como es que los líquidos los tenía usted
preparados?
-Por
una verdadera casualidad, aquella misma mañana del 28, me llamó el especialista
de otorrino, pidiéndome que preparase lo necesario para realizar unas
transfusiones. En aquel instante, mi padre y maestro, púsose a preparar los
líquidos de análisis y el “caldo” preciso para la fijación de la sangre. Cuando
yo esperaba el aviso para subir al Hospital, me llamó de nuevo el médico
diciéndome que ya no eran precisas las proyectadas transfusiones. Y como es
natural, los líquidos quedaron preparados, y con ellos hice el análisis de Luis
Miguel Dominguín, de Don Álvaro Domecq (que no sirvieron) y la de Parrado que
resultó ser “universal” y de las mejores.
-¿Quiere
decirme algo sobre la técnica de la preparación de la sangre?
-Es
sencillísimo: en un frasco graduado, se pone una cantidad de líquido igual a la
cantidad de sangre que se ha de obtener del donante. La sangre obtenida y
puesta en el suero se “estabiliza” conservando los glóbulos rojos todo su
valor, e impidiendo la coagulación.
-¿Ha
realizado usted muchas transfusiones?
-Bastantes
y todas ellas a gentes pobres que han necesitado de este remedio.
-¿Qué
aparato usa usted?
-El
Cardi, que es la última palabra.
Y
María Luisa López, muy amablemente me muestra el Cardi, explicándome su
funcionamiento.
Podemos,
pues afirmar:
1. Que
los líquidos utilizados para Manolete tenían solo unas horas de preparación.
2.
Que se empleó para las transfusiones el
aparato y la técnica más moderna.
3. Que
la operadora estaba “documentada” para hacer esas operaciones.
Esto
es lo que debieron averiguar los preopinantes detractores.
El
operador: Don Fernando Garrido Arboledas
He
aquí el personaje más principal, el más discutido en este triste suceso y
seguramente el que más humanamente ha sufrido cuantos errores e injusticias se
han dicho de él.
Don
Fernando Garrido, que era un íntimo amigo de Manolete, seguro de haber puesto
al servicio del torero herido, su mucha ciencia y su gran arte de operador,
solamente ha escuchado la voz de su conciencia, el aplauso íntimo, la voz del
alma que nunca miente, ni nos engaña.
El
Doctor Garrido Arboledas, nos ha pedido a todos, un piadoso silencio ante las
falaces afirmaciones de los detractores. Yo no puedo, ni quiero complacer al
Doctor Garrido en esta ocasión.
Hospital de Linares donde murió Manolete |
No
es el prestigio suyo el que únicamente juega. Es el nombre de Linares, que se
siente orgulloso de sus médicos, es el nombre de esta ciudad culta, populosa,
moderna y acogedora, que va unido a todo lo de aquí, el que reclama, no una
defensa de la persona, sino una exposición justa y verídica de los hechos.
Don
Fernando Garrido, es el cirujano de nuestro Hospital. Desempeña igual cargo en
“Santa Bárbara” asociación benéfica de mineros y lleva más de veinticinco años
dedicado a la cirugía. Por su competencia, por su renombre conquistado, la
asociación de toreros le nombró su médico en la Plaza de Toros.
Alguien
habló de la traumatología de urgencia. El que tal hizo, desconoce Linares. En
este pueblo, como en todos los pueblos mineros, por desgracia, los operadores
han de intervenir, con más frecuencia de lo deseado, en operaciones de
urgencia.
Garrido
Arboledas ha operado con González Bueno y con Jiménez Guinea.
Sin
duda por esa razón, al publicarse los primeros errores emitidos sobre los
médicos de Linares, González Bueno, como Presidente del Colegio Médico de
Madrid, le pone un telegrama protestando de cuanto dicen los mal informados.
Jiménez
Guinea y Tamames, que ya le habían felicitado por su rápida y acertada
intervención, hacen declaraciones a la prensa madrileña reconociendo que, en el
caso de Manolete, no podía hacerse más de lo hecho ya.
Álvaro
Domecq, Camará, los toreros todos que vieron el desvelo de Garrido Arboleda, le
felicitan y le agradecen sus esfuerzos en favor del herido.
Córdoba
entera, en el triste momento del entierro de Manolete, tiene para el operador
(que asistió al entierro) la más cariñosa expresión de su gratitud.
El
Doctor Zúmel en una entrevista dice:
-¿Y
sobre el parte facultativo de Manolete? –le pregunta el periodista.
-Yo
–contesta el Doctor- lo encuentro correcto, científicamente expresa toda la
gravedad que desde un principio observaron los colegas de Linares. Conste que
no les conozco, ni que tampoco me lleva un espíritu de clase a defender una
actuación que no lo necesita, puesto que pusieron todos los medios de que
disponemos para salvar la vida de un herido. El deseo de todos (y no creo duden
del interés de estos colegas) era salvar a Manolete, pero su lesión,
extraordinariamente grave, hacía temer, como sucedió, todo lo contrario. La
rotura de la vena femoral, la anemia aguda que ocasiona, y el shock traumático
tienen personalidad patológica suficiente para acabar con una vida. -¿No lo
decían ellos en su pronóstico de muy grave?
Después
de esta opinión, dada espontáneamente por el Doctor Zúmel, profesor de
quirúrgica y operaciones en la Facultad de Madrid ¿será necesario añadir una
sola frase para probar la competencia y el acierto del Doctor Garrido Arboledas?
Estimo
que todo lo expuesto, dicho por verdaderas autoridades médico-quirúrgicas, tira
por tierra las impremeditadas apreciaciones de los “espontáneos” que, en afán
de decir algo, solamente dijeron tonterías.
Aplausos
y diatribas
Hasta
aquí lo que se hizo, lo que dijeron los médicos de Linares al asistir, de
primera intención, al torero herido.
Por
ley natural de la vida y del vivir, Manolete era la gran figura, el ídolo de
todos los públicos. Sus éxitos, sus fracasos, su vida, diríase que nos
pertenecía a todos y todos teníamos derecho (un derecho que nos concedíamos
nosotros mismos) a opinar sobre todo lo que sucediera en torno a la vida del
torero.
Probablemente
si, por un milagro, todas las bocas hubieran expresado lo que dictaban las
mentes influidas por el corazón, una sola frase hubiese atronado el ambiente.
¡Manolete
no debe morir!
Ese
era el deseo, noble y honrado, deseo de todos.
No
es posible pensar en otra cosa. Médicos y público, enterados y profanos, amigos
y no amigos, sólo deseábamos la salvación del ídolo. No ya por serlo, sino por
afecto, por ilusión, por humanidad.
Más
la fatalidad, que parece tener una complacencia en dar penas, hizo lo
contrario.
Manolete
murió.
Y
fue entonces, tras los suspiros y los lamentos, quizá al término de unas
oraciones cuando todos nos sentimos inclinados, casi forzados a opinar.
No
nos detiene el hecho de estar ausentes del sitio de la tragedia, ni aun la
reconocida ignorancia de quirúrgica. Imposibilitados de enfrentarnos con
“Islero”, causante de la tragedia, cuya cornada inició el drama, queremos
adentrarnos en todo lo que sigue a la cogida.
Y
es cuando el público español se divide en dos bandos: una minoría, que fuimos
los que presenciamos cuanto se hizo y una mayoría que recoge, propaga y deforma
la realidad de los hechos.
Periodistas
como el Director de “Dígame” y los redactores de “Pueblo”, Señores Bellón y
Tierno que estaban en Linares, dan versiones exactas de lo ocurrido, y narran
la verdad, exponen todo lo sucedido sin callar alguna lamentación, más
defendiendo por ser verdad, el esfuerzo de todos en favor del desgraciado
torero.
Los
ausentes, desde el viejo marqués, todo sinceridad al confesar que no conoce
Linares, pero lo censura, al más modesto de los ciudadanos, creen que su
postura está en censurar al pueblo, que llora sinceramente la muerte de
Manolete.
Existe
otro grupo, el que se limita a estudiar científicamente la cornada, las
intervenciones quirúrgicas y las consecuencias de ellas.
Manolete con Lupe Sino |
Con
verdadera satisfacción confesamos que, al frente de este grupo colocamos a los
Doctores Zúmel y Fernández Pérez, que desde la “Hoja del Lunes” de San
Sebastián, y desde el diario “Madrid” hacen verdadera justicia a quienes
pusieron su ciencia y su habilidad al servicio del que llegó a la enfermería en
estado casi preagónico.
Y
más tarde, un sabio profesor de la Facultad de Granada, en una peña formada por
médicos, hizo en breves frases, la pintura exacta de lo ocurrido.
No
estoy autorizado para dar el nombre del culto profesor, más como no tiene
pareja su sinceridad, describiré lo sucedido.
Opinaban
jóvenes médicos lo sucedido en Linares, y cada uno exponía su opinión diciendo
las faltas que veían tras los informes de la prensa. Y uno de los médicos más
jóvenes, dirigiéndose al catedrático le dijo:
-¿No
es cierto lo que decimos, maestro?
Y
el maestro aludido, con la pausa del que sabe lo que dice, contestó:
-Si
Manolete cae en Granada hubiéramos hecho lo mismo que han hecho los compañeros
de Linares. Porque ante una gran figura, como era esa, solamente nos preocupa
el conseguir su salvación y vamos a lograrlo sin ensayos, sin más tentativas
que la de lograr una vida.
No
puede decirse más en favor de la verdad, ni se puede expresar en menos
palabras. Entre los detractores, por otro lado, de esos que opinan a gran
distancia está (y lo recojo por la autoridad que en el mundo tiene) el gran
orador Don Federico García Sanchís, que revela en su opinión la “plata del
minero” de Linares y dice que este es un pueblo árido.
La
plata del minero y la supuesta aridez de la tierra, aun aceptando las dos
cosas, nada tiene que ver con la cornada de “Islero”.
Sé
que esas frases, en el periodo de una charla de García Sanchís, sonarían con
dulce tintineo que imprime el orador a cuanto dice.
Así
nos sonaron a nosotros los que vivimos en Linares, las que pronunció Federico
García Sanchís, en Linares en el Teatro Olimpia, cuando nos deleitó con unas de
sus maravillosas charlas. Entonces nos dijo:
“En
Linares la bella reja florida que separa La Mancha de Andalucía. Y a esa reja,
entre claveles y rosas, se asoman las bellas mujeres de Linares para recibir
los piropos de los manchegos”. ¡Qué lindas frases para desterrarlas después
llamando árido al país de las rosas y de los claveles!
Pues
todas las críticas, todas las censuras son iguales, sin otra disculpa que la
hiperestesia del dolor, la ofuscación de la pena o el deseo de apalear a los
demás.
¡Perdónalos
Señor, que no saben lo que dicen!
Manolete
tuvo un hermano
Yo
sabía, ya estaba enterado, de la gran amistad que unía a las dos grandes figuras
de la tauromaquia: Don Álvaro Domecq, el caballero rejoneador y Manolete, el
único en el toreo a pie.
Esta
sincera amistad, que era orgullo de los dos, se traducía, en esta época en que
el rejoneador jerezano no toreaba, y en que este perdía pocas corridas toreadas
por Manolete.
Aquella
mañana, la del tristemente célebre día 28 de agosto, a la hora del apartado de
los Miuras, Don Álvaro Domecq, estaba en los corrales de la plaza de toros de
Linares. Allí estaba Camará y las cuadrillas que habían de actuar por la tarde.
Eran
las horas alegres que preceden a las corridas, esos momentos en que los toreros
quieren olvidarse de los toros y procuran hacerlo con bromas y chuflas.
El
bondadoso rejoneador, iba con “jipi” veraniego, y ese sombrero fue, en aquellos
momentos, el que dio pie para frases de afecto y amistad.
Se
terminó el enchiqueramiento de los toros, y cada cual nos fuimos por nuestro
lado, y Domecq se fue junto a su gran amigo.
Por
la tarde, Don Álvaro, próximo al Conde de Colombí, junto al Director de
“Dígame” ocupaba una barrera.
Casi
al pie de donde estaba el gran caballista jerezano, Manolete hacía la temeraria
faena que terminó con la vida del gran torero. El amigo del alma no perdía un
detalle.
Surgió
la tragedia y el semblante de Domecq se demudó. La palidez invadió su faz, pero
todo un hombre, supo imponerse al propio dolor y corrió a la enfermería, para
estar al lado de su amigo. Desde ese momento en servicio de una admirable
confraternidad, Álvaro Domecq, fue para Manolete, más que un hermano.
Ofreció
su sangre, alentaba al herido, preguntaba con la vista a los operadores, y
seguía, con ansiedad, los más pequeños detalles de la operación. En cuanto se
indicó la necesidad de trasladar al herido al Hospital, Domecq fue corriendo y
se entrevistó con la Superiora, Sor María Echevarría y el mismo eligió la sala
más cómoda, la más amplia de distinguidos, para que allí se colocara a
Manolete.
Álvaro
Domecq, acompañó la camilla que portaba el cuerpo de Manolete y ya no se separó
de él un momento.
Los médicos cuidan
el cuerpo, Domecq el alma
El
desventurado torero va perdiendo la escasa vida que le dejara la cornada de
“Islero”.
Ha
de sufrir la segunda operación. Los médicos se muestran cada vez más
pesimistas, porque Manolete no reacciona. El torero herido ha solicitado, como
buen creyente que se pongan en su habitación unas imágenes.
Álvaro
Domecq, católico de corazón, oye a los doctores, se da cuenta del momento que
vive el herido y piensa en que los médicos cuidan del cuerpo del amigo, pero
nadie se preocupa por su alma. Y es Domecq, hermano por cariño de Manolete, el
que acude a la Superiora preguntándole:
-¿Está
el Capellán en el Hospital?
En
aquel momento se busca al Capellán, que acude inmediatamente, para prestar al
herido los auxilios espirituales.
Manolete,
al decir del propio Capellán, preparó su alma, confesó pleno de amor a Dios
perdonando y pidiendo perdón a todos.
Cuando
el Capellán terminó su sagrada misión, por los ojos de Don Álvaro Domecq
corrieron unas lágrimas.
“Quiero comulgar”
aplicando la
comunión por el alma de Manolete
Manolete,
por designio del Altísimo, había expirado. Toda una vida de triunfos y de
honores, acabó para siempre. Con la misma prodigalidad que se le otorgaban los
aplausos, en sus innúmeras tardes maestras, ahora se le ofrendaban oraciones.
Todos rezábamos por el alma del torero fallecido.
Eran
las cinco y media de la mañana, cuando Don Álvaro Domecq preguntó a la
Superiora del Hospital a qué hora se diría la misa, que diariamente oficia el
Capellán del Hospital.
-Hoy
–contestó la Superiora- se dirá dentro de un rato, a las seis.
Domecq
solicitó y obtuvo, el que fuese aplicada en sufragio del amigo fallecido. Y
momentos antes de las seis, acudió Don Álvaro al cuarto del Capellán,
diciéndole:
-Puede
usted confesarme, padre.
-Ahora
mismo.
-Porque
deseo –dijo Domecq- aplicar, por el eterno descanso del gran amigo, la comunión
de hoy.
Álvaro
Domecq marchó a la capilla, sacó de sus bolsillos el cordón de hijo del Carmelo
y un breviario preparándose para hacer la confesión y recibir después la
Sagrada Forma.
El
amigo del alma, el más caritativo de los hombres, el que fue más que un hermano
de Manolete, le ofreció, en amoroso homenaje póstumo, lo más grande, lo más
puro que en él había: su acendrada fe, pidiendo al Todopoderoso piedad y perdón
para el que todos lloramos.
Después
en la triste caravana, camino de Córdoba, Don Álvaro Domecq, siguió acompañando
los restos del llorado amigo, hasta la última morada.
Y
tengo la convicción, de que todos los días, el noble señorito de Jerez, tendrá,
para el finado, una oración, una súplica que, como decía San Ambrosio, la
recogerá Dios.
Ayudantes y
auxiliares
Muchos
médicos tiene Linares, y muchos doctores de otras ciudades presenciaron la
corrida en la que se produjo la tragedia. Cuando esta sobrevino, el médico de
la Plaza, Don Luis Garzón y el ayudante del Sr. Garrido, Doctor Don César Lara,
estaban en sus puestos para prestar los servicios inherentes a su profesión y a
su cargo.
Después,
todos en afán de serle útil al pobre Manolete, pasaron por la enfermería, los
médicos de Jaén, de Úbeda y de Valdepeñas.
Ni
uno solo dejó de ofrecerse, porque todos estaban animados del mismo afán:
salvar al hombre y con él al diestro indiscutible.
Don
Wenceslao Martínez, culto médico linarense, que también prestó su valiosa
cooperación en la enfermería de la plaza, fue durante toda la noche, el que
montó la guardia junto al torero que luchaban con la muerte.
Y
los auxiliares Martos y Herreros, este anestesista, se multiplicaron para
cumplir las órdenes que el operador daba.
Fue
todo ello un conjunto de nobles y voluntarias prestaciones, sin otro afán, ni
más deseo, que estar al servicio del ídolo caído.
Era
aquel proceder, la clara expresión de lo que Linares sentía, de los que deseaba
este pueblo que a través de la verja que cierra el Hospital, inquiría, lleno de
angustia dolorosa, noticias del torero herido. Y no era ese un movimiento
esporádico, extraordinario. Era la fiel expresión de la que Linares siente y
piensa ante la desgracia.
Porque
aquí, en donde el dolor nos invita con frecuencia, tenemos el espíritu y la
bondad prontos a todo lo que sea o signifique caridad y amor al prójimo.
La
fortaleza física de Manolete
Hasta
aquí lo que con más o menos exactitud, se ha publicado sobre el desgraciado
caso del gran torero. Más como digo al principio de estas páginas nadie habló
de la resistencia o fortaleza física de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”.
Sería
muy interesante poseer la ficha médica del torero, si la tal ficha se le
hubiera hecho. Ante la no existencia de esa ficha, partiremos de los datos que
nos ofrecen sus biógrafos.
Al
año y medio padece Manolete una pulmonía, causa nos dicen sus cantores, del
aspecto que desde pequeño tuvo el diestro. Ya no nos facilitan más datos. No
sabemos, es de suponer que sí, que Manolete pasara las demás enfermedades
infantiles y sobre todo las que más taras suelen dejar, el sarampión y la
escarlatina.
Fuere
ello de una forma o de otra, es el caso que Manolete, niño, es de carácter
serio, retraído, no alterna en los juegos con sus compañeros y llama la
atención por su carácter frio, reservado.
Un
estudio, que se hubiera hecho entonces, por un Lafora o un Decreff nos hablaría
de un hipotenso, tal vez por deficiencia de secreciones internas.
El
Doctor Mata (fundador del Instituto Psiquiátrico de su nombre, en Reus) en un
estudio de divulgación llama a estos enfermos “concentrados en sí mismos, que
no alternan en juegos porque, sin saber la causa, se sienten débiles ante los
demás y buscan su defensa en el alejamiento de los otros”.
Así
lleva Manolete su vida. Ya hombre en la vida torera, pierde su propia voluntad
y ha de encontrar un amigo y apoderado, en el que fía para todo, que, dándole
alientos, lo transforma en decidido, en arrojado, en temerario. El mismo Camará
nos lo dice:
“Siempre
que salía el toro, Manolete me preguntaba: ¿qué te parece?
Era
la fe del débil apoyándose en la fortaleza de quien le guía y ampara. ¿Las
causas de todo esto? El mal funcionamiento de las glándulas suprarrenales,
defecto fisiológico este del que nos habla el Doctor mejicano Sr. Berdegue, que
asistió a Manolete, en México y que en el “Excelsior” de aquella capital ha
dicho hablando del gran torero:
“Era
un hipotémico, de constitución linfática y asténica, su tensión era muy baja y
por todo esto había que aplicarle, cada vez que toreaba, una inyección de corte
a suprarrenal, aparte de dos inyecciones tónicas que sistemáticamente le
poníamos cada semana”.
Esto
es algo que en el momento en que Manolete, por grandes emociones y más aún al
sufrir una herida en cuyo momento se precisa un normal funcionamiento del
sistema vascular y nervioso, tiene una importancia tal, que es, en ocasiones,
más importante que la propia lesión sufrida.
¿Qué
shock tuvo Manolete al ser cogido?
Los
partes facultativos, los comentarios de los médicos y de los profanos, como he
recogido anteriormente, solamente nos hablan del shock traumático. Pero no
olvidemos que todos los tratadistas de quirúrgica nos hablan también del
psíquico y del hemorrágico.
Respecto
al primero, que lo puede producir el cansancio, la fatiga o el miedo ante un
peligro más o menos real, de muerte, el Doctor Zúmel dice en las declaraciones
antes comentadas:
“Y
estos toreros sometidos a una emoción extrema, que de repente se ven chorreando
sangre, que ellos no ignoran que las cornadas todas son candidatas posibles o
probables para la muerte, se traduce en una depresión funcional aguda que es la
expresión clínica del shock”.
Y
nos queda por ver el shock hemorrágico, tal vez el más peligroso de todos.
Hubo
un tiempo en que el shock hemorrágico se admitía como una defensa del organismo
ya que disminuyendo el funcionamiento circular y de transvasación, disminuía la
pérdida de sangre.
Nosotros
no pretendemos sentar teorías, sino buscar la verdad, la fatal verdad de este
caso, en el que los médicos de Linares tuvieron, en contra de cuanto se ha
dicho “de memoria” el mayor de todos los éxitos, de pronóstico y diagnóstico. Trataremos
de buscar el diagnóstico diferencial entre esos shocks, para sentar, desde ahora
las siguientes conclusiones:
1. Manolete
sufrió shock rápido hemorrágico, y como consecuencia de ello una
autointoxicación no microbiana o toxinfección.
2.
La deficiencia suprarrenal influyendo de
una manera escandalosa en lo nervios motores vasculares y los efectos de la
autointoxicación sobre el bazo e hígado impedían las transfusiones necesarias y
las inyecciones de suero, que hubieran podido contrarrestar un poco los efectos
de la anemia por hemorragia.
3. Todo
esto se lo expresó el Doctor Garrido Arboledas a los médicos llegados después
de la operación y no fueron los médicos de Linares los que insistieron y
ordenaron una quinta transfusión de sangre fijada, transfusión que iniciada no
llega a los treinta centímetros cúbicos pues, al ver los efectos de ella, se
suspende y se abre el vaso por el que se inyectaba para tratar de disminuir el
líquido venoso, abriéndose una sangría. Fue entonces cuando murió Manolete,
cuya última frase, al verse sangrar fue: ¡Con
lo débil que estoy!
Fischer
describe el shock traumático, es decir sienta la siguiente sintomatología:
“El
sujeto está inmóvil, con la cara abatida, los ojos sin brillo, semivelados los
párpados, las pupilas están dilatadas y lentas en contraerse, la mirada expresa
la indiferencia y la vaguedad, la piel y las mucosas presentan una blancura
marmórea y las manos y labios están un poco azulados”.
Travers
después de admitir estos síntomas añade la forma erética. El enfermo levanta
los brazos, apartando las cubiertas de la cama y moviendo agitadamente la
cabeza.
¿Se
dieron en el estado de Manolete estos síntomas?
Manolete
reacciona un poco ante las pequeñas y espaciadas transfusiones. Y he aquí lo
que nos dicen Monlinier, Moreau y Beuhamon:
“…y
si el pulso mejora, después de la hemostasia, con inyecciones intravenosas de
suero, o por la transfusión sanguínea, son síntomas que abogan en favor de su
estado hemorrágico puro, más bien que en el de un verdadero estado de choque”.
Quenú
y Delbet son los que sientan la patogenia de la toxicidad en las hemorragias
producidas por grandes destrozos musculares diciendo: “esta toxemia, es debida
a la elaboración y reabsorción a nivel del foco traumático, de substancias
tóxicas de dos órdenes unas independientes de todo origen séptico, de la
desintegración de los tejidos, particularmente de los músculos contundidos, que
son asiento de fenómenos de autolixis”.
Dunal
y Grigault, después de repetidos análisis de sangre y orina de traumatizados
dicen:
“…en
estado normal los tejidos tienen almacenadas parte considerable de las
sustancias nitrogenadas salidas de su desasimilación, por la influencia de un
traumatismo, disminuye la salida de la execreción nitrogenada de la célula y
una parte de la reserva nitrogenada tóxica del tejido lesionado pasa a la
circulación. El nitrógeno residual aumenta en la sangre de los atacados por el
choque y este aumento del nitrógeno residual, está unido a una alteración
hepática”.
“En
muchas heridas, esta alteración hepática puede ser la lesión primitiva”.
Crile
y Howell sientan como dominando toda la patogenia del choque “la caída
acentuada y prolongada de la presión sanguínea”.
Y
observando todo esto y la falta de cambios entre la sangre y los tejidos es lo
que Brown-Sezuard ha llamado la inhibición de los cambios.
Esa
inhibición era la que contraindicaba la transfusión “que no quisieron realizar
los médicos de Linares”.
Los
detractores de oficio
En
contraposición a estas autorizadas opiniones, surgen los sabios de guardarropa,
los que, por ignorarlo todo, sobre todo dan su opinión.
Y
seguros de que a ellos nadie les ha de hacer caso, tienen la osadía, cuando
hablan, de anteponer: “por qué lo dice el doctor Tal” o “según la opinión del
médico Cual”.
Todo
esto es falso. Nadie dijo lo que ellos, detractores de oficio, ponen en boca de
los demás.
Han
dado algunos nombres, que la más rudimentaria de las éticas los rechazan, ya
que no es posible el admitir la villanía que supone el hecho de que, un señor
diga, noble y espontáneamente ante los periodistas que se actuó correctamente
desde el primer instante, aceptando como bueno cuanto se hizo y después, soto voche y en reducidas peñas, diga lo
contrario. Yo protesto del proceder de estos comentaristas, con tanta ignorancia
como valentía, que, incapaces de responder de nada, ponen sus propias
intenciones en labios de cultos médicos, cuya moral está muy por encima de
quienes les necesitan, ponen en su actuar la fe de su propia fe.
Las
críticas enconadas, los juicios, marcados por la injusticia, las apreciaciones
gratuitas, nacen de otra forma, surgen como el anónimo, pasan, de unos a otros
deformándose cada vez más y llega un momento en que, ni el inventor de la frase
o de la opinión la reconoce como suya.
Compañerismo
deformado
Y
a la hora de presentar los hechos, actitudes, afectos o rencores casi nunca se
expresa la verdad. Si opinamos sobre un desconocido o sobre un enemigo, la
piedad no detiene nuestra mente ni nuestra lengua. Si lo hemos de hacer sobre
una persona, que nos es simpática, ponemos en esos juicios todo cuanto nos sea
posible en su favor.
Algo
de esto último, yo lo disculpo, se hizo con uno de los compañeros de Manolete.
Si a la hora de los triunfos, de las glorias, estamos junto al triunfador, nadie
se fija en nosotros. Ni uno solo nos dirá si hacemos bien o mal.
La
amistad es la piedra de toque de la amistad, y en esa hora, en los momentos de
dolor, en los instantes en que el hado se nos vuelve adverso, es cuando podemos
demostrar nuestros afectos.
Manolete
tuvo dos compañeros aquella tarde, en la que ofreció su propia vida: Gitanillo
de Triana y Luis Miguel Dominguín. Dos compañeros que tuvieron una actuación
diametralmente opuesta. Gitanillo se convirtió en el acompañante cariñoso. Se
dijo de ir al encuentro del Doctor Guinea y Gitanillo salió carretera adelante
disparado, loco, para servir al compañero. ¡Qué poco se ha dicho de este noble
actuar!
Luis
Miguel Dominguín, cuando terminó con su último toro, entró en la enfermería de
la plaza, ofreció su sangre, no fue aceptada, se marchó al hotel y volvió a la
enfermería, hasta el momento en que Manolete fue trasladado al Hospital.
A
las once de la noche llegó al Hospital, visitó al compañero, a la media hora
salía en su coche para Úbeda, hospedándose en el Parador de Turismo. Yo tal vez
un poco despistado, no me explicaba las preguntas que me hacían, desde Madrid
al Hospital, las agencias informativas.
-¿Y
Dominguín? –me preguntaban- Nos es muy importante la actitud de Dominguín.
Al
día siguiente los periódicos (¿Quién daría esa noticia?) decían que Dominguín
no se había separado un momento de Manolete, al que enjugaba el sudor frío de
su rostro.
Nada
de esto es verdad. Yo mismo, a las 4:25 de la madrugada, cuando llegó al
Hospital el Doctor Tamanes, con su ambulancia y equipo, llamé por teléfono al
Parador de Úbeda para avisar a Dominguín la llegada de lo que él había pedido a
Madrid.
Acudió
al teléfono el padre del torero, porque este se encontraba descansando. Y, a
pesar de mi aviso, descansando continuó.
Solamente
volvió al Hospital, cuando ya estaba de cuerpo presente el pobre Manolete.
Alguien trató de disculparlo diciendo que había de torear aquella tarde. Era
verdad, toreaba en Linares. Y Gitanillo de Triana también toreaba aquella tarde
y…¡en Almería!
Los
otros compañeros Ortega y el Andaluz velaron unos momentos el cadáver. Digo
unos momentos porque, en deseo de ofrendar algo a la memoria del compañero,
iniciaron la suspensión de la corrida en que ellos habían de actuar aquella
tarde.
La
suspensión, repito que iniciada por ellos, tenía unas gestiones que realizar,
imponía conferencias con Madrid y con las autoridades locales y estos trámites
obligados, alejaron a los dos matadores de estar junto al cadáver de Manolete.
Sin
duda por esta causa, al tirar los fotógrafos unas placas en los pasillos del
Hospital, no aparecieran en esas fotografías.
Pero,
pese a ello, demostraron ser compañeros leales a Manolete.
¡Era
mi padre!
Tratar
de las notas sentimentales, hacer una exposición del dolor causado por la
cogida del llorado torero y no mencionar a Guillermo, el mozo de espadas de
Manolete, sería la mayor de las injusticias.
De
todas las expresiones del pesar, yo no pretenderé negarlas, la más honda, la
más sincera, la más íntima fue, sin duda alguna, la del antiguo compañero de
capeas.
Cuando
los periodistas subieron al hospital, en afán de información que servir al
público, fueron derechos al cuarto del torero herido. Todos estaban pendientes
del estado de Manolete. Los médicos, si alguno se dejaba preguntar, eran
“asaltados” por los informadores, ansiosos de recoger impresiones. En un
momento de descanso, alguien dijo:
-Allí
en aquel cuarto hay otro torero.
Y,
el cuarto señalado por aquel espontáneo informador, acudieron los reporteros.
Tendido en una cama, envuelto en varias mantas, tratando de combatir la fuerte
tiritona nerviosa, Guillermo, el desconsolado Guillermo, lloraba como un
chiquillo.
Su
estado era febril. Se le habían aplicado varias inyecciones, pero aquellos
nervios superexcitados, no obedecían a nada.
-¿Qué
le ocurre Guillermo? –le preguntaron.
-Que
quié usté que me pase. Er mataó, er mataó. ¡Qué pena! ¡Qué desgrasia! ¡Era mi
padre!
El
pobre muchacho seguía llorando. Fue preciso llevárselo al Hotel, y evitarle el
dolor de lo que se avecinaba.
Su
pena era sincera. Era… la verdad de la verdad.
La enfermería de
la Plaza de Toros
¡Cuánto
se ha fantaseado! Puesto a decir cosas que están fuera de la realidad, (afirmo,
que sin ánimo de molestar a nadie) se ha pretendido presentar la enfermería de
Linares, primer peldaño de la dolorosa tragedia, como algo deficiente.
Dejaré
a un lado el hecho de que esa dependencia, por imposición del Reglamento
Taurino, ha de ser visitada en visita de inspección, por una autoridad médica,
y el encargado de ese menester, Don Cristino Martínez, dice a ese respecto que
giró la visita reglamentaria a la enfermería, el día de la corrida, afirmando
que, cuanto prescribe el Reglamento, lo posee ampliamente y que todo estaba a
punto y a plena satisfacción.
Yo
he de decir algo más. La enfermería tiene instalación completa de caldera y
depósito de esterilización, mesa de operaciones y vitrina para el instrumento quirúrgico.
No falta en esa enfermería ni el menor detalle toda vez que el Hospital
facilita cuanto sea preciso para que todo esté previsto y pronto. Una farmacia
lleva cuanto se supone puede ser necesario, desde algodón a los inyectables en
cantidad más que abundante.
La
enfermería posee una pequeña pieza que separa la sala de operar de la puerta de
entrada y tras de la que sirve de quirófano, una sala en la que existen dos
camas dispuestas para posibles hospitalizaciones.
Tres
horas antes de cada corrida los practicantes de servicio, hacen la preparación
de todo lo necesario, ponen en funcionamiento el equipo de esterilización,
esterilizan el equipo quirúrgico, preparan las bombonas de material
esterilizado, colocan en bandejas los inyectables y, en una palabra, ponen todo
en condiciones de una segura y rápida utilización.
El Hospital de
Linares: el segundo en Andalucía
Sin
duda buscando motivos para hacer la nota sentimental de un romance de ciegos,
se escribió, con tanta injusticia, como ignorancia sobre el hospital “municipal”
de Linares, poniendo unos en tela de juicio la hermosura de ese gran edificio y
llegando otros, al extremo de negar toda condición higiénica al referido
hospital.
El
Hospital de Linares, rica y suntuosa donación de los Marqueses de Linares, es
para los que hemos recorrido toda España, uno de los mejores y desde luego el
segundo de Andalucía, pues ponemos en primer lugar el clínico de Cádiz,
conocido por el Hospital Mora, por ser una donación de un rico gaditano que
llevaba ese apellido.
De
lo que es nuestro hospital, como edificio, será bastante decir que actualmente
está valuado en catorce millones de
pesetas.
No
cabe, pues pensar, en que sea una casita más, adaptada para el fin a que se
destina. Tiene este hospital dos quirófanos, amplisimas salas generales y 19
cuartos para distinguidos, algunos de ellos, cual el ocupado por Manolete, con
una antesala en la que existe el baño y la más completa instalación de aseo.
Desde
hace muchos años, fue de los primeros en poseerla, cuenta con una potente
instalación de Rayos X y de radiografía. Su instrumental es modernísimo y
abundante, botica propia, calefacción central y cuanto pueda pedirse en el más
moderno sanatorio.
De
su hermosura, de su limpieza, dan una idea estas propias frases de Manolete,
dichas cuando hizo una visita a este Centro benéfico.
“Es tan hermoso
este Hospital y lo tienen ustedes tan bien cuidado y tan limpio, que dan ganas
de ponerse enfermo para venir a él”.
Después
de esto, ¿cabe mayor sarcasmo que ese de hablar de “las moscas” y “del abandono
del hospital”?
¿Es
humano, es honrado hablar de memoria para injuriar a la verdad de esa manera?
Difícilmente
se podrá presentar pueblo alguno, no ya con un hospital mejor que este, si no
igual. El solo hecho de estar confiado al cuidado y asistencia del Hospital a
las abnegadas Hijas de San Vicente Paul, ya es bastante garantía para pensar en
que allí el aseo y la limpieza tienen su asiento.
Esas
Hermanas de la Caridad y la buena de Sor María, superiora, no durmieron aquella
noche trágica, para estar al cuidado de Manolete y al servicio de los médicos
que le asistían. Y el teléfono del Hospital sirvió, durante toda la noche, para
dar información detallada a la prensa, público y a cuantos demandaban noticias
sobre el estado del diestro herido.
¡Qué
así es el Hospital de Linares y así se sirvió a todos!
El pueblo de
Linares, culto y acogedor
Si
empleásemos una frase popular diríamos que “para hablar de Linares hay que
enjuagarse la boca de rosas”. Porque Linares, que humanamente es capaz de
sentir pasiones, la primera pasión que siente es la de su hidalguía.
Ni
una sola persona, de las que por Linares hayan pasado, tendrá motivos para
decir lo contrario de lo que yo afirmo. Artistas de todas clases, hombres de
estudio, trabajadores y aún bohemios de errante deambular, encontraron en
Linares una acogida cariñosa.
En
el caso de Manolete, difícilmente se encontrarán un pueblo que sea capaz de una
mejor y mayor expresión de cariño hacia un torero. Apenas asomaron las
cuadrillas por las puertas del patio de caballos las más grandes de las
ovaciones saludó a Manolete. El paseíllo se hizo sin oírse la música ya que la
prolongada ovación del público acallaba los sones del pasodoble. Cambiaban los
toreros la seda por el percal y los aplausos continuaban.
Manolete
hubo de salir al tercio, invitar a sus compañeros a que compartiesen la ovación
y seguir él, después, recibiendo palmas y ovaciones.
¿Puede
pedirse más caballerosidad, más adhesión a un torero, más afecto a un artista?
Yo creo que no.
Surgió
la enorme faena del maldito “Islero” y se oían voces… “pidiendo” que no se
jugara la vida Manolete, de la manera tan temeraria que lo estaba haciendo.
Vino la cogida, llegó la muerte del héroe y este noble pueblo de Linares, hizo
suyo el dolor del torero, se asoció de corazón al pesar de España y lloró la
irreparable pérdida del ídolo.
Linares
recibió a Manolete con estruendosas ovaciones de cariño y le despidió, camino
de Córdoba, con sinceras lágrimas del corazón.
Linares
no es hipócrita, no es amigo de adulaciones ni bajezas y a la hora de expresar
su sentimiento, solo da rienda suelta a lo que su alma y su corazón le dictan.
¡Ese
es Linares! ¡Esa es su nobleza!
Cómo murió
Manolete
Como
mueren los héroes. Como muere el militar en una batalla, el médico contagiado
de una epidemia, el misionero al propagar la fe.
Murió
Manolete sobreponiéndose a todas las arteras intenciones de su enemigo,
derrochando vergüenza torera, haciendo un alarde de valor y majeza.
Yo
protesto, yo rechazo la “preparada versión de que una “competencia” llevó a
Manolete al sepulcro.
¿Quién
es el que podía competir con Manolete?
¡¡Qué
ilusiones!!
Ni
Manolete hubiera podido llegar a menos, al creer en esa competencia, ni el otro
supuesto competidor podría llegar a más.
Yo
recuerdo de un torero que, en Úbeda, después de una buena faena, levantó el
índice de la mano derecha y dirigiéndose al público gritó:
-¡Yo,
el número uno!
A
lo que un espectador contestó:
-Empezando
a contar desde muchos kilómetros después de Manolete.
No,
no había tal competencia.
La
única existente la creó el pundonor, la hombría de bien, el valor de Manolete,
que ofrecía a todos los públicos la sublimidad de su arte, el arrojo de su
valor, su propia dignidad.
Así
fue como murió el que ha dejado un vacío que nadie llenará.
Murió
Manolete, lleno de honor y de gloria.
¡Descanse
en paz!
Linares,
septiembre de 1947
No comments:
Post a Comment
Puedes dejar tus comentarios aquí: